martedì, giugno 21, 2005

The Farthings

The Farthings estaba bien situado y mi primera impresión fue que el establecimiento era el típico bed and breakfast británico, pequeño, acogedor, demencialmente decorado como si el tiempo se hubiera detenido en la época victoriana, y cuyos propietarios, de vez en cuando, cometen algún espantoso asesinato familiar. O sea, un fascinante tugurio.
The Farthings estaba regentado por el matrimonio Abercrombie, un apellido que he copiado de una novela de Agatha Christie para respetar la intimidad de los verdaderos propietarios. Los Abrecrombie eran la señora Helen, una agradable sesentona y su marido, el señor Mortimer, un hombre enorme, alto como un oso que, por supuesto, era el hermano, posiblemente gemelo, del taxista que me había llevado hasta allí en un disculpable ejercicio de nepotismo familiar.
Me sentía muy cansado, así que le dije a la señora Helen -el señor Mortimer se había ido con su hermano, el taxista, a tomar unas pintas- que me gustaría dormir unas horas y que, si me disculpaba, ya le explicaría en otro momento qué hacía yo en York, de dónde procedía, cuántos días pensaba quedarme en su bella ciudad de la que aún nada conocía y a dónde pretendía ir después, y que si no era molestia ya me contaría ella después cómo podía usar el teléfono público y a qué horas se podía desayunar en su hotel y a qué hora se cerraba la puerta principal y dónde podría encontrar la Oficina de Turismo de York y el mejor pub de la ciudad y todas esas cosas que las matronas de los hoteles británicos cuentan a sus huéspedes con el mismo tono funcionarial con que la policía lee sus derechos a los detenidos.
Por primera vez en muchas semanas dormí con un lirón o, para ser más exactos, al despertar pensé: “Por primera vez en muchas semanas he dormido como un lirón”. Luego, aún en la cama, pensé que no tenía ni la más mínima idea de qué era un lirón. Tumbado sobre mi espalda observé un rato los victorianos decorados del techo de mi habitación sin emitir juicio alguno sobre ellos y menos aún sobre el escaso gusto de quién allí los puso, alcancé el brazo y tomé mi portátil, me conecté a Internet e hice una búsqueda sobre la palabra “lirón”, lo que me permitió descubrir que hay múltiples tipos de lirón, entre ellos el lirón enano africano o el lirón careto, el segundo de los cuales mora en toda la península ibérica, aunque no creo haber visto jamás un lirón por las calles de Barcelona. El lirón, al menos el lirón careto, es un roedor de aspecto no excesivamente simpático, como todos los roedores, y sentí un cierto desazón por haber dormido como tal, pero también una innegable envidia hacia los lirones por su habilidad para dormir como yo había dormido esa tarde en The Farthings, York.