mercoledì, novembre 30, 2005

Capitán Moran

“Un mes de julio, hace un par de años, cené con un tal capitán Moran a bordo del vapor de hélice Margaret (...).

-Señor -me dijo- ¿ha oído usted hablar alguna vez de la plegaria de los capitanes de barco?
-No -dije yo- ¿Cuál es?
-Es -respondió- “Oh, Señor, dame poner al mal tiempo buena cara”.
-¿Y eso qué significa?
-Significa -dijo- que cuando alguna noche me vienen a despertar y me dicen: “Capitán, nos estamos hundiendo”, yo no haga el ridículo”.

(William Butler Yeats: El crepúsculo celta)

Etichette:

martedì, novembre 29, 2005

La tercera enmienda

De adolescente escribí una apasionante historia que transcurría en Kentucky y que gozaba de todos los tópicos aprendidos en las películas americanas, de las buenas y de las malas. En un momento de la narración, el protagonista era detenido por el FBI, que pretendía interrogarle. Para evitarlo, mi héroe exclamaba:

-“¡Me acojo a la tercera enmienda!”

Años más tarde descubrí que lo que la tercera enmienda garantiza es no tener que “alojar tropas en los hogares excepto en tiempo de guerra”. A causa de mis nulos conocimientos de Derecho, aún no sé en realidad cuál de las 27 enmiendas a la Constitución estadounidense le habría interesado a mi protagonista que, por cierto, se libró del interrogatorio del FBI con un hábil salto por una ventana accidentalmente abierta sobre un camión lleno de paja que, accidentalmente, pasaba por la calle en ese momento.

lunedì, novembre 28, 2005

Best

Esta semana ha muerto el ex futbolista George Best. Entre sus supuestas frases célebres, me gustó ésta: “I spent 90% of my money on women, drink and fast cars. The rest I wasted”. Es decir, “Gasté el 90% de mi dinero en mujeres, bebida y coches rápidos. El resto lo despilfarré”.

venerdì, novembre 25, 2005

Buscando a Jim Morrison

Una tarde pensé que podía visitar la tumba de Jim Morrison. Incluso bajo la lluvia, como fue el caso, el cementerio de Père Lachaise tiene mucha vida, lleno de turistas con ideas tópicas. A la entrada me dieron un plano para situar a todas las celebridades que allí descansan eternamente, pero no soy muy amigo de los planos y prefiero viajar a la deriva, como dijo el escritor Mariñas. Así que situé muy ligeramente la situación de la tumba de Morrison en mi cabeza y abandoné el plano ante el túmulo funerario de la numerosa familia Dubuisson.
Al cabo de media hora había localizado los restos de toda clase de celebridades (bueno, la situación de sus restos, claro), pero no los de Jim Morrison. Así que decidí abandonar esta búsqueda que, en realidad, me interesaba más bien poco, pues nunca fui muy aficionado a los Doors y mi visita esa tarde en el cementerio de Père Lachaise se debía básicamente a una extraña discusión que esa mañana habíamos mantenido La Nueva, mi novia, y yo.
Y, en efecto, me dirigía ya hacia la salida cuando me crucé con cinco jóvenes melenudos que con paso firme se dirigían hacía lo que sin duda tenía que ser la tumba de Morrison, pues su aspecto desgreñado y hippioso no ofrecía duda y su presencia en Père Lachaise sólo podía deberse a su admiración hacia el cantante de los Doors. Les seguí discretamente y en pocos minutos los jóvenes se detuvieron en una discreta esquina del cementerio e inclinaron sus peludas cabezas en señal de respeto. “Aquí está Morrison”, pensé, y me mantuve a unos pocos metros, esperando mi turno para acercarme hacia la tumba del célebre músico. Los muchachos guardaron silencio durante unos segundos hasta que uno de ellos recitó en francés unos versos que, imaginé, pertenecerían a alguna de las canciones de los Doors. Al terminar, se dieron media vuelta para irse y me miraron.

-Merci -les dije, mostrando la cámara de fotos que siempre llevaba conmigo en esos días, con una sonrisa cómplice, como queriendo decir: Yo también soy fan de los Doors.
-Eh? -dijo uno de ellos, casi en el mismo instante en que mi vista se posaba en la tumba que los jóvenes acababan de reverenciar y mis ojos leían una escueta pero informativa lápida: “Mirabelle Vercruyssen (1932-2003)”.
-Notre maman -explicó uno de los muchachos.
-Oh, la la -dije con creciente sensación de ridículo- C´est una bonique tombeau -añadí en mi francés inventado, mientras con mi cámara encuadraba el mejor plano posible de la tumba de la señora Vercruyssen.

martedì, novembre 22, 2005

La Nueva

Hace unos años, los lectores de no recuerdo qué diario londinense eligieron con gran sensibilidad la palabra serendipity como la más bella de la lengua inglesa. Años más tarde, un concurso similar organizado por “La Vanguardia” sometió a sus lectores al mismo desafío. En castellano, la palabra elegida fue toro, tras un alarde de originalidad y estupidez patriótica de los votantes. En catalán salimos algo mejor librados, pues los lectores votaron por encisador, con esa zigzagueante combinación de ese sonora y ese sorda, aunque no es la palabra que yo habría votado.
Pero de lo que yo quería hablar es de la serendipity, serendipia en castellano, palabra creado por Horace Walpole, un señor que ya apareció en este blog por aquella sorprendente sentencia que afirma que todo debe probarse menos el incesto y las danzas rurales. Pues un día, no sé por qué razón ni en qué circunstancias, a Walpole le dio por leer un pequeño cuento anónimo titulado “The three Princes of Serendip” y observó que los tres príncipes de la narración tenían el don de hallar respuestas a enigmas que no se habían propuesto resolver, y que lo hacían siempre con sagacidad y por accidente. Walpole bautizó este don con el nombre de “serendipity”, basándose lógicamente en el “Serendip” del título del cuento que, por cierto, no es más que la traducción al inglés del nombre persa de lo que hoy desconocemos como Sri Lanka.
La “serendipity” de Walpole pasó unos años en el olvido, pero a mediados del siglo XX reapareció, especialmente en el lenguaje científico. Alguien con tan poco trabajo como yo observó, como Walpole había hecho en 1754, que “serendipity” podría aplicarse al descubrimiento hecho por una combinación de accidente y sagacidad, como aquello de Fleming y la penicilina. Serendipia es, por tanto, el don del descubrimento fortuito.
Toda esta prolija introducción es para contarles que, el otro día, La Nueva, que es como los vecinos llaman a mi novia, tuvo el don de la serendipia e hizo funcionar a la perfección la salida de agua caliente de una ducha que llevaba dos años comportándose al buen tuntún. Esta palabra, tuntún, merecería un estudio tan detenido como el que he dedicado a la serendipia, pero el tiempo no me sobra ahora pues se lo dedico todo a La Nueva.

Etichette:

giovedì, novembre 17, 2005

Cenizas

Hablé con Jenny para que me recomendara una película para esa noche, pues sé de sus extensos conocimientos de cine actual. Basándome únicamente en las breves reseñas periodísticas, yo dudaba entre “Last orders” y una ignota película belga sobre asesinatos ciclistas. Jenny parecía decantarse por esta última.

-¿Así que no me recomiendas “Last orders”? -le dije.
-Es que no me suena. ¿De qué va? -dijo ella.
-“Tres viejos amigos” -leí- “se reúnen para llevar a la costa las cenizas del cuarto miembro de la pandilla, acompañados por Vince, hijo del fallecido”.
-Ah, pues puede estar bien -apuntó Jenny.
-No sé -dije- Me temo que se trate de la típica película de cenizas.

Creo que Jenny entendió a lo que me refería. Esa noche vi la película belga de asesinatos ciclistas.

Etichette:

venerdì, novembre 11, 2005

El libro del asesino

He leído y oído yo muchas veces que la novela “El guardián entre el centeno”, de JD Salinger, es algo así como el libro de cabecera de varios asesinos estadounidenses, o que, como mínimo, la policía lo ha encontrado entre sus pertinencias al ser detenido el asesino de turno. Ese dato se ha repetido tanto que ya se ha convertido en algo así como un tópico, y parece otorgar al libro de Salinger una especie de aureola maldita. Yo he leído un par de veces la novela y jamás encontré en ella motivos para entender su ascendencia sobre los asesinos estadounidenses ni, menos aún, razones para matar a nadie.

Pues, en fin, que el otro día veía una película y un personaje le preguntó a otro:

-¿Has leído “El guardián entre el centeno”?”
-Claro. Era de lectura obligada en el colegio.

¿“El guardián entre el centeno” era de lectura obligada en los colegios de los Estados Unidos? Coño, pues por el mismo razonamiento, si se analizan las posesiones de los asesinos catalanes de mi generación encontrarán siempre un ejemplar de “La plaça del Diamant”, o uno de “El mecanoscrit del segon origen”. Es decir, podemos afimar con rotundidad que los asesinos catalanes tienen como su libro de cabecera “La plaça del Diamant”. Mierda, otro bonito tópico desmontado.

Etichette: ,

giovedì, novembre 10, 2005

Crónicas del miércoles noche

Anoche tomamos un taxi. Fue algo bastante improvisado, porque Flash detuvo el vehículo y al mismo tiempo me preguntó: “¿A dónde vamos?”. Sin esperar respuesta se metió en el taxi y a su lado se sentaron Ponyboy y la Chocholoco. Yo, como soy mayor y por tanto más lento de reflejos, tuve que sentarme al lado del taxista, que es algo que me suele suceder a menudo y que nunca deja de avergonzarme un poco, porque me hace sentir como si fuera amigo del taxista y además responsable de quienes viajan detrás y, la verdad, me aterraría tener que responder por Flash, por Ponyboy o por la Chocholoco. Esta última es mi adorada hermana menor, pero como hermano mayor soy bastante irresponsable, quizá debido a mi creciente sordera.
En fin, que los cuatro nos acomodamos en el taxi, ellos atrás y yo delante, y entonces llegaron esos dos o tres segundos siempre tan largos y tan embarazosos, en los que el taxista no pregunta nada y nosotros no decimos nada, y yo estuve tentado de romper el horrendo hechizo y decir algo, algo como por ejemplo “a Balmes-Mitre”, que es una dirección que me viene siempre a la mente porque tuve un amigo que vivía allí, aunque no sé qué coño podríamos hacer los cuatro a esas horas de la noche en Balmes-Mitre, no sé qué hay en Balmes-Mitre, no he estado jamás en Balmes-Mitre, nunca visité a mi amigo en su casa de Balmes-Mitre.
Pero Ponyboy vino en mi ayuda para sacarme del apuro, aunque por supuesto no creo que Ponyboy pudiera imaginar que yo en esos momentos me encontrara en ninguna clase de apuro. En todo caso lo que hizo Ponyboy fue preguntar en voz alta: “Vamos a Córcega-Diagonal, ¿vale?”, y yo dije que sí, que vale, y la Chocholoco dijo que sí, que vale, y Flash dijo que sí, que vale, y por unos instantes temí que el taxista dijera que sí, que por él vale, y que se uniera a nuestra tan poco organizada noche de juerga. Pero el taxista, profesional, sólo dijo “A Córcega-Diagonal, vamos allá”, y allí supe por su acento que ese hombre era sudamericano, aunque el detalle carece de interés, creo, pero me hizo recordar que una vez conocí a un hombre al que durante meses creí sudamericano hasta que un día descubrí con asombro que en realidad era canario.
Durante el trayecto la Chocholoco se reía de no sé qué con Ponyboy y Flash hablaba de no sé qué con Ponyboy, que por lo visto en los viajes en taxi se multiplica para departir con todos sus amigos, aunque a mí me dejó algo abandonado, completamente abandonado en realidad, así que yo me concentré en estudiar el estilo de conducción del taxista, del que nada malo puedo decir, me pareció una conducción sobria y prudente, sin confundir la prudencia con el pisar huevos al volante. También oía la risa de la Chocholoco, aunque no llegué a establecer de qué se reía, puesto que sus palabras, si es que hubo alguna, me llegaban directamente a mi oído derecho, que es el que tengo casi por completo inutilizado. A Flash y a Ponyboy sí les oía con notable claridad y pude entender que ambos hablaban de ciertos problemas técnicos que su dedicación a la música les causaba. Hablaban de no sé qué canción que minutos antes habían interpretado ante un enfervorizado público, minoritario pero cariñoso, Ponyboy y Flash arrastran minorías enfervorizadas y cariñosas, hablaban de no sé qué canción suya, decía, y Flash dijo:

-Este estribillo ha viajado ya por tres canciones.

Coño, pensé yo. Es posible que esté borracho, pensé, pero esta frase me parece estupenda. Pero como quizá estoy borracho, quizá ya no me acuerde mañana. Y si me acuerdo quizá ya no me parezca tan estupenda mañana. Porque quizá estoy borracho. Pero como no puedo estar borracho porque sólo he bebido un zumo de melocotón, quizá la frase aún será estupenda mañana. Pero quizá no me acuerde. Y entonces recordé que suelo llevar encima un pequeñito bloc de notas para apuntar buenas ideas para no olvidarlas, y que casi nunca apunto nada en él porque no suelo acordarme de que lo lleva encima. Pero anoche sí me acordé de que lo llevaba, así que busqué la libretita y empecé a apuntar eso del estribillo que ha viajado por tres canciones. Y en esas que el taxista se fijó en lo que hacía y encendió la luz en un alarde de amabilidad, una amabilidad que me hizo sospechar que quizá era un taxista canario. Apunté rápidamente la frase y dije que gracias y sonreí al amable taxista y entonces él, como si se hubiera roto un hielo inexistente, acarició con sus dedos los mandos de su radiocasette, hasta entonces silencioso, y dijo que dado que los señores parecían entendidos en música quizá supieran cómo coño poner en marcha el aparato, que aquella noche se negaba a emitir sonido alguno, y ante el silencio de Ponyboy y de Flash y las risas ya más apagadas de la Chocholoco, yo emití un juicio poco juicioso sobre el estado del radiocasette afirmando que se encontraba en estado de bloqueo y que lo que requería el taxista para ponerlo en marcha de nuevo era el código númerico, como si yo tuviera la más mínima idea sobre el mundo del radiocasette. Un código, repitió con admiración y cierto temor reverencial el taxista, Sí, dije yo, y Flash afirmó que si él fuera fabricante de radiocasettes establecería el cero-cero-cero-cero como código universal, a lo que el taxista opinó mentalmente que quizá no era mala idea y que quizá con el cero-cero-cero-cero su radiocasette volvería a funcionar, para descubrir con sorpresa al instante que su radiocasette carecía de cero, cosa que anunció con una mezcla de tristeza y alegría: “Pues no hay cero, amigo”. Y a mí eso me extrañó así que comprobé que, en efecto, el aparato carecía de cero, y de nueve y de ocho y de siete, y que sus números se limitaban a los comprendidos entre el uno y el seis, ambos inclusive, y entonces la Chocholoco que entiende más que nosotros todos juntos de cosas eléctricas y electrónicas, categorías en las que sin duda se hallaba el radiocasette del taxista, al menos cuando funcionaba, empezó a explicar su idea sobre la situación pero para entonces llegamos a Córcega-Diagonal.
Y pagamos y nos apeamos dejando al taxista sin radiocasette, como antes, pero con algunos euros más, y ya apeados hice saber a mis amigos mis sospechas de que el taxista era en realidad un falso taxista, lo que explicaba su amabilidad y su desconocimiento del código para poner en marcha el radiocasette, y que probablemente el verdadero taxista se hallaba en el maletero del coche, posiblemente muerto, y atado después de muerto, apuntó Flash, y contemplamos la posibilidad de denunciar los hechos a los Mossos d´Esquadra pero para entonces ya nos hallábamos en el bar de Kika donde la propia Kika nos contaba no sé qué acerca precisamente de los Mossos d´Esquadra y los horarios de apertura y ya nos distraímos con nuestras cervezas, mi zumo de melocotón y los ganchitos de la Chocholoco.

mercoledì, novembre 09, 2005

Carta perdida

Leo en http://www.absurddiari.com/ esta magnífica noticia de agencia:

“Estocolmo.- Una carta postal que fue enviada en 1955 llegó 50 años más tarde a destino. Enviada por una amiga a una ex empleada de una casa de retiro, en Klintehamn, Suecia, la carta contenía el número de la lotería que ambas mujeres habían comprado. "De vez en cuando, aparece una carta perdida, pero es algo inusual", dijo Markus Trautmann, vocero de la oficina postal sueca”
Lo que más me gusta de la noticia es la frase de Markus Trautmann: “De vez en cuando, aparece una carta perdida, pero es algo inusual”. Trautmann seguramente quiso decir que gracias a la eficiencia del servicio de correos sueco se pierden pocas cartas, pero en realidad significa que lo que está perdido, normalmente lo está para siempre.

Etichette:

venerdì, novembre 04, 2005

Demonios personales

“Reflexioné unos instantes sobre el eufemismo periodístico consistente en hablar de los demonios personales de un escritor en lugar de decir, simplemente, que estaba como una chota”

(Michael Chabon: Chicos prodigiosos)