martedì, febbraio 28, 2006

Stevenson y el Barça



El otro día estaba viendo con la Nueva el partido del Barça. Faltaban apenas cinco minutos para el final y ganábamos 0-2 cuando el equipo rival se dispuso a lanzar una falta muy relativamente peligrosa. Mis manos se retorcían nerviosas y hasta diría que unas gotas de sudor empezaron a caer por mi frente.

-Ganamos por 0-2 y faltan cinco minutos. ¿Por qué sufres tanto? -preguntó la Nueva.
-Sufro porque si nos marcan un gol voy a sufrir hasta el final.
-¿Sufres porque temes que vas a sufrir?
-Exacto.

Quien no entienda eso, no entiende qué es el fútbol. Un conocido mío afirma que sólo le gusta el fútbol cuando su equipo ya gana 3-0. A ese no le gusta el fútbol, a ese sólo le gusta ganar. Si no hay posibilidad de perder, ¿qué interés tiene un juego? Sin saberlo, Robert Louis Stevenson (The suicide club) definió de forma exacta mi pasión por el fútbol:

“¡Yo he probado todos los excesos sin excepción, y le declaro por mi honor que no hay ninguno de ellos cuyos placeres no hayan sido exagerados de una manera burda y falsa! Se fantasea sobre el amor. Pues bien: yo niego que el amor sea una pasión fuerte. El temor sí lo es; si desea paladear los goces más intensos de la vida, regodéese con el temor. Téngame envidia, caballero, téngame envidia ¡Yo soy un cobarde!”.

El equipo rival lanzó la falta sin consecuencias, los minutos pasaron y el partido acabó 0-2. Miré a la Nueva y sonreí, feliz de ser tan cobarde y orgulloso de mi equipo, y pensé que Stevenson sería del Barça.

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mercoledì, febbraio 22, 2006

La pelea

“La pelea prosiguió de aquel modo salvaje y violento sin que ninguno de los dos diera muestras de debilidad. Durante una lucha así, cuando los adversarios son tan rápidos y tan fuertes como aquellos dos, vale la pena dejar de mirar la confusión de la pelea y observar a los espectadores”.

(Carson McCullers: La balada del café triste)

lunedì, febbraio 20, 2006

Marilyn

La Nueva y yo estuvimos viendo por televisión un reportaje sobre Marilyn Monroe, que es uno de nuestros iconos familiares. No es que tengamos relación familiar con ella, no; es que nos cae bien, sin saber por qué. Una de las primeras cosas que la Nueva y yo compramos cuando empezamos a vivir juntos fue precisamente un retrato de Marilyn, que tenemos colgado en el comedor, al lado del reloj gigantesco que Flash y yo robamos en la Gare d´Austerlitz. Este es el retrato:



Lo vimos en una tienda y supimos que era necesario tenerlo. Lo compramos inmediatamente. Tuvimos el retrato de Marilyn mucho antes de tener otras cosas supuestamente más necesarias en una casa, como la lavadora, la nevera o el bote de nocilla. Para nosotros, Marilyn es uno de esos personajes entrañables a los que se ama, se admira, se recuerda o se reverencia, como Fleming, la Madre Teresa o los Beatles. O como Ronaldinho.
En el reportaje televisivo hablaban de la vida de Marilyn. Me hizo mucha gracia lo que dijo ella acerca de su matrimonio con Joe Di Maggio, el jugador de béisbol. Dijo Marilyn: “Formábamos una pareja perfecta... para una película muda”.

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También apareció en el reportaje esta foto:



Ya la había visto hace unos años en una revista y la tengo guardada por algún lado. Está tomada en Reno, donde hace unos años yo gané unos centavos en un casino. Eso no es lo importante, claro. Lo que me impresionaba de la foto era la mirada de Arthur Miller, el último marido de Marilyn. Imaginé lo que pasaba por la mente de Miller al observar a su esposa que, ausente, se asoma a la ventana. Sabiendo que el matrimonio no tuvo un final feliz y que Marilyn murió poco después trágicamente, construí en mi imaginación lo que, quizá, pensaba Miller en ese momento. Miller, según mi imaginación, se lamentaba en ese momento exacto eternizado por el fotógrafo de su incapacidad para comprender a su esposa, tan bella, tan rara, tan superficial, tan complicada, tan deseada, tan... En fin, en momentos menos románticos creo que lo que pensaba Arthur Miller es dónde coño había dejado el cenicero.

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mercoledì, febbraio 15, 2006

Haikus

El otro día leía un diario deportivo y en él hallé una entrevista con el segundo entrenador del Barça, un holandés llamado Henk Ten Cate. Se me ocurrió pensar que, con ese nombre, más que dedicarse al fútbol Henk Ten Cate debería haber sido autor de haikus, esos poemas japoneses tan cortos e hiperconcentrados. Por ejemplo:

Rueda el balón
ruge la grada
y a mí qué.
(Henk Ten Cate, siglo XII)


Sé que no es un gran haiku. Es el primero que escribo y, con toda seguridad, el último. Prefiero los sudokus.

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lunedì, febbraio 13, 2006

Extrañas voces

La otra tarde, la Nueva y yo estábamos viendo un programa televisivo sobre fenómenos paranormales en el que una mujer de escasas luces contaba que en su casa se oían extrañas voces e inquietantes gritos, sobre todo en las horas nocturnas. Eso a la Nueva y a mí no nos impresionó mucho, porque en nuestra casa se oyen extrañas voces, inquietantes gritos y hasta horrendos alaridos, sobre todo en las horas nocturnas. Vienen del piso del señor Alfonso, el vecino de arriba, que además es el presidente de la comunidad de vecinos o, como se suele decir, el presidente de la escalera. Es un señor pequeño y tímido, nadie hubiera dicho que llegaría a presidente de la escalera -yo no he pasado de vocal-, pero sin embargo ejerce el cargo con tal eficacia que año tras año los vecinos ignoramos el sistema de turnos y volvemos a reelegirlo con cualquier excusa. En vez de enfadarse por eso, el señor Alfonso acepta un nuevo mandato con una sonrisa y el año pasado hasta le vitoreamos con cánticos de ¡Presente, presente, Alfonso presidente!, quizá algo excesivos, pero como él respondía levantando el brazo y saludando como un prócer, los cánticos se alargaron hasta que el dueño de un bar cercano vino a pedirnos que no hiciéramos tanto ruido, por favor, que estábamos molestando a sus clientes.
Bueno, el caso es que el señor Alfonso, ese hombre tan tímido y formal, cuando se encierra en su casa se convierte en un salvaje tirano. O en un payaso de corazón roto. O en un asesino en serie o quizá en el Sherlock que le persigue. O en el fantasma de un pirata degollado. O en un científico loco. O vete a saber qué. Y es que el señor Alfonso es actor amateur, el alma mater de la modesta compañía teatral del barrio, y de noche estudia en su casa sus papeles de forma muy minuciosa y muy realista, y de ahí vienen las extrañas voces, inquietantes gritos y horrendos alaridos que la Nueva y yo solemos oír en su piso a las horas más insospechadas. Si alguna mañana me encuentro con el señor Alfonso en el ascensor, me gusta adularle, así que recuerdo las voces de la noche anterior y le digo, por ejemplo:

-Está haciendo un Hamlet estupendo. Es que lo clava.

El señor Alfonso se sonroja, sonríe y para cambiar de tema me recuerda que aún no he pagado la contribución extra para reparar la lámpara rota del vestíbulo.
Recuerdo que en nuestros primeros días en este edificio, cuando aún no conocíamos la profesión del señor Alfonso, la Nueva y yo nos asustábamos bastante al oír las extrañas voces procedentes de su piso. Cuando a medianoche empezaban esos tremendos aullidos o esas voces de ultratumba, la Nueva y yo nos refugiábamos bajo las mantas y, bueno, en fin, allí debajo y a oscuras qué va a hacer uno.

mercoledì, febbraio 08, 2006

Restaurante chino

Anoche soñé que volvía al restaurante chino de mi juventud. Soñé que le decía a la Nueva:

-Hoy te llevaré al Indurain.
-¿Indurain? -preguntaba ella- ¿Qué es? ¿Un bar navarro?
-No -decía yo- Es el chino de mi juventud.

En efecto, el chino de mi juventud era para mí y para mis amigos El Indurain, como el ciclista. El restaurante chino tenía por supuesto un nombre oficial, aunque lo he olvidado si es que algún día lo supe. Se llamaría algo así como El loto azul o El Palacio de Bambú, alguno de esos nombres tan entrañables de la variopinta gastronomía china, pero para nosotros era El Indurain, por una de esas relaciones que uno establece alguna noche entre risas y licores chinos y risas y más risas, una de esas relaciones que permanece para siempre mientras que el motivo por el que un restaurante chino es bautizado como El Indurain se olvida sin más, porque eso en realidad no tiene importancia alguna.
Lo importante es que anoche soñé con volver al Indurain y en llevar allí a la Nueva. Eso sí parecía muy importante, era como llevar a la Nueva a mi perdida juventud. Y es que todos tenemos un restaurante chino en nuestra juventud, aquel chino que había al lado de la casa paterna (siempre he pensado que si no hay un chino al lado de la casa paterna, eso no son ni padres ni nada) y que tanto frecuéntabamos (el chino) para ahorrar y atiborrarnos de arroz frito con gambas y emborracharnos de licor chino que es como emborracharse con Bisolvón, pero es barato y cierra tarde.
Pues soñé que la Nueva y yo nos presentábamos sin más en El Indurain y que al abrir la puerta del restaurante comprobaba yo con emoción que, como siempre, no había casi nadie y que por entre las mesas ya se acercaba la bella Liu-Xing y que al llegar hasta nosotros no hacía las preguntas rituales, no preguntaba si éramos dos o cuarenta y seis, ni si queríamos cenar o tocar el tambor, sino que se arrodillaba ante mí y me tomaba de la mano y me decía entre sollozos:

-Señorito, señorito, ¡han pasado tantos años! ¡Se ha convertido usted en un hombrecito!

Lo cual a mí me violentaba de forma considerable y miraba de reojo a la Nueva en busca de ayuda, pero la Nueva no sabía si reír o ayudar a levantarse a Liu-Xing y presentarse diciendo “Hola, soy la Nueva”, o decirle “No llore más, buena mujer”, pero no hacía ni una cosa ni la otra, y allí el sueño ya descarrilaba y aparecían platos y más platos de arroz frito con gambas, montañas de arroz fritos con gambas que la Nueva y yo devorábamos con fruición y botellas y más botellas de Bisolvón chino de las que dábamos buena cuenta contando chistes y Liu-Xing dejaba por fin de llorar y creo que al final hasta aparecía Miguel Indurain.

lunedì, febbraio 06, 2006

Más detalles

Leí una vez, y lo cité hace unos meses por aquí, que Truman Capote había dicho que “todo arte se compone de detalles seleccionados”. Ahora he leído que Voltaire dijo:

“Malditos detalles, la posteridad los desprecia todos”.

Recuerdo que otro pensador de la talla de Johan Cruyff siempre decía que “lo importante son los detalles”. Yo estoy más con Capote y Cruyff que con Voltaire.

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mercoledì, febbraio 01, 2006

Caerse a un pozo por despiste

He leído hoy en “La Vanguardia” una interesante entrevista con Mark Abley, que se autodenomina “explorador de lenguas”. Abley ha investigado sobre las lenguas que se hablan en el mundo -unas 6.000-, especialmente las más minoritarias o en vías de extinción y, entre otras cosas, explica que “lo que me fascina a mí es la facultad de ciertas lenguas de acumular conceptos en una sola palabra: gobray, en lengua boro, significa caerse a un pozo por despiste; onsra significa amar por última vez, y tienen otro verbo para decir pretendo amar”. A Mark Abley también le fascinan “los inuit, en Alaska, que al decirte puijilittatuq están diciéndote: El no sabe qué hacer debido a las numerosas focas que ha visto salir a la superficie”.
¡Maravilloso! Qué pobres son al lado del inuit o del boro nuestras lenguas habituales. Sería estupendo, por ejemplo, poder decir en catalán, castellano o inglés cosas como ocran (que significaría a la Nueva le dio un telele cuando hice trizas los tuperwares) o sanabú (la maté por un llonguet).

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