venerdì, luglio 28, 2006

Mónica había explotado (6)

Fue enorme mi sorpresa cuando, al final del partido, se confirmó la eliminación de Argentina a manos de Alemania. Reflexioné unos minutos sobre lo que acaba de contemplar sin llegar a más conclusión de que el fútbol es así y de que los goles son la salsa de este deporte. Me levanté, aplasté con mi pie desnudo la cucaracha que me había saludado tan alegremente durante la tanda de penaltis y tomé un libro al azar de mi biblioteca. Era la Biblia, una Biblia que Mónica y yo habíamos robado años atrás en un hotel de Santa Fe, Nuevo México. Pensé inmediatamente en mi asistenta, que acababa de abandonarme, y en sus comentarios bíblicos sobre la destrucción de Sodoma y la mujer de Lot. También tuve la intuición de que, si en ese momento abría el libro sagrado con los ojos cerrados por cualquier página, daría sin duda con esa misma escena. Pero me equivocaba, el paraje al que fui a parar no era menos célebre pero no trataba de la destrucción de Sodoma, sino del momento en que Jesucristo, dirigiéndose a Lázaro, dice:

-Levántate y anda.

No me lo tomé como una señal, puesto que yo no me llamo Lázaro y además ya estaba de pie, y Dios no puede errar tanto en sus señales, pero decidí cumplir la segunda parte de la orden dada a Lázaro.

-Voy a andar un rato -me dije- Voy a ir al cine -me añadí.

Pensé en qué tipo de película me gustaría ver. Me hubiera apetecido, por ejemplo, ver una de esas típicas películas norteamericanas que tratan de complots gubernamentales o de la CIA y que ponen en peligro la vida de un joven fiscal, y en la que no aparecieran ni Gene Hackman ni Denzel Washington. Busqué en la cartelera, pero no hallé ninguna película que se adaptara a mis necesidades. Hallé varias con ese argumento, pero en todas aparecía alguno de esos actores, cuando no los dos a la vez. ¿Y un film de ciclistas belgas asesinos?, pensé después. Repasé la cartelera con avidez, pero tampoco había ninguno de esas características. Hijos de puta, grité levantando un puño al aire, insultando a la industria del cine en general, porque el tema me parecía muy interesante. Y repasé mentalmente el argumento de la película que me gustaría ver esa noche: un belga llamado Vercruyssen circula en su bicicleta por las calles de los suburbios de Bruselas en busca de víctimas. En un descampado, Vercruyssen se topa con una bella joven llamada Mirabelle (le di los rasgos físicos de Uma Thurman), a la que asesina salvajemente con los radios de su rueda trasera. Un joven policía apartado del servicio -al que no debería interpretar Denzel Washington, pues en Bruselas dudo que haya policías de color, ni Gene Hackman, pues es mayor para el papel de joven policía- se obsesiona con el caso y decide investigar por su cuenta, para lo cual se compra una bicicleta. Pero en fin, ninguno de los muchos cines de Barcelona ofrecían esa noche una película de ese tipo, ni nada que se le pareciera.
Pues vaya mierda de cartelera tenemos en esta ciudad, acabé farfullando. Anduve un rato por el pasillo de casa para cumplir con las órdenes divinas dadas a Lázaro, por si acaso, y acabé tumbándome en la cama. Contemplé nuevamente el retrato de Mónica y el sopor fue apoderándose de mí. Soñé que leía en la Biblia la historia de un hombre al que le explotaba la esposa y que iba cayendo en la desesperación pues desde ese día no conociera mujer alguna, hasta que se le apareció Yahvé y le dijo:

-Toma esa bicicleta y anda.

Y el hombre tomare la bicicleta y recorrió los caminos del Señor y halló una mujer de Babilonia. Y el hombre y la hembra, que se parecía a Uma Thurman, se acostaron en el lecho y fornicaron y Dios lo vio y dijo que eso era bueno.

mercoledì, luglio 26, 2006

Mónica había explotado (5)

Como sin duda recordarán, Mónica había explotado, y yo tenía un misterio y pedazos de su páncreas en mis manos. Solventé el tema del páncreas y obvié sin reparos el misterio, pero con el paso de los días se me presentaron otros problemas no menos importantes, como fue por ejemplo, ante la ausencia de Mónica, la falta de mano de obra barata para preparar mis comidas diarias o, quizá aún más grave, la decisión de la asistenta de prescindir de mis servicios o, para ser exactos, su decisión de que yo prescindiera de los suyos. La buena señora me dijo, pocos días después de la explosión de Mónica, que se había confirmado lo que ella ya había anunciado, es decir, que los solteros ensucian más que los casados, y que estaba harta de limpiar y limpiar lo que yo tardaba diez minutos en volver a ensuciar, y que no pensaba volver más.
Yo le pedí paciencia y comprensión, le dije que en apenas una semana terminaría el Mundial de fútbol tras lo cual reorganizaría mi vida, pero ella repuso que ni hablar, que si no le fallaban sus escasos conocimientos futbolísticos en dos años empezaría una Eurocopa y tras dos años más, otro Mundial, y que no estaba dispuesta a pasar otra vez por ello, y yo le pregunté a qué se refería con ese “ello”. La asistenta me explicó que ella era una asistenta pero no una esclava y que sin Mónica mi piso se había convertido en una nueva Babilonia, en una nueva Sodoma o en una nueva Chernóbil o, por si no lo hubiera captado ya, que yo era un gorrino de increíbles dimensiones y sin parangón alguno en el universo.
Dije yo entonces que la cita de Chernóbil me parecía de mal gusto, pues mucha gente había sufrido y aún sufría en esa ciudad, a lo que ella respondió que también en Sodoma había sufrido mucha gente por la voluntad de Dios de enviar sobre ella una lluvia de fuego y azufre, incluyendo entre esa gente a la célebre mujer de Lot. Aunque ante mis requerimientos no supo aclararme qué sucedió en Babilonia y se negó a confesar por qué no había citado también a Gomorra, no tuve más remedio que felicitarla por sus extensos conocimientos bíblicos, tras lo cual la asistenta cogió la puerta y se esfumó, y por supuesto deben tomarse ambas cosas, lo de coger la puerta y esfumarse, en su sentido figurado.
Me quedé solo. Tomé el retrato de Mónica de la mesilla de noche. Con un gesto delicado con la mano le saqué el polvo. Miré su rostro. Y dije:

-Ah, Mónica.

Como por el momento no se me ocurrió nada más que decirle al retrato, me tumbé en el sofá y me dispuse a ver el Alemania-Argentina del Mundial. Durante la tanda de penaltis, una cucaracha que por su aspecto monstruoso parecía haber visitado recientemente Chernóbil, o quizá Sodoma, Gomorra y Babilonia juntas, se paseó ante el televisor y me saludó alegremente con una de sus patas.

martedì, luglio 25, 2006

Mónica había explotado (4)

Y sin embargo, los primeros años de nuestro matrimonio fueron, si no felices, sí interesantes. Las sorprendentes circunstancias de la boda, con la muerte en el altar de mossèn Sugranyes, nos proporcionaron una pequeña, aunque efímera, fama a nivel nacional. En aquellos tiempos, los medios de comunicación no estaba tan desarrollados como en nuestros días, pero aún y así Mónica y yo fuimos invitados a dos programas de televisión y a tres cadenas de radio donde contamos con pelos y señales no sólo la muerte del sacerdote, sino también algunas pequeñas intimidades de nuestro matrimonio. En uno de esos programas televisivos coincidimos con la cantante Roberta Flack, que estaba de gira por España para promocionar, como si hiciera falta, su hit Killing me softly with this song, y a la que aproveché para contar esa anécdota de mi adolescencia que ya expliqué antes y que involuntariamente la implicaba a ella. Por desgracia, yo no hablo inglés y a pesar de que le expliqué los detalles casi a gritos, para que los comprendiera mejor, Roberta no pareció captar gran cosa, aunque sonrió en todo momento y firmó amablemente, aunque yo no se lo había pedido, en nuestro certificado matrimonial, que yo llevaba siempre conmigo en mis apariciones televisivas como para dar fe de la historia del fallecimiento de mossèn Sugranyes. Desde entonces, en el certificado de matrimonio, ya caducado por otra parte a causa de la explosión de Mónica, al lado de las firmas de nuestros padrinos, mi hermano Venancio y el abogado Botubot, figura la de esa gran estrella norteamericana de la música popular.
Con el tiempo, el populacho, que es desagradecido por naturaleza, perdió el interés por la historia de la muerte de mossèn Sugranyes y no digamos ya por las noticias que Mónica y yo pudieramos contar de nuestro matrimonio. Los medios de comunicación nos relegaron al olvido y se dedicaron a otros temas de, según ellos, mayor calado y actualidad, como la historia del atracador Dioni o el tamaño del rabo del conde Lecquio. Esa degradación intelectual de nuestros medios de comunicación ha ido progresivamente en aumento y actualmente sería impensable que la televisión se ocupara de una historia tan didáctica como la de nuestra boda. Ni siquiera la explosión de Mónica ha reavivado el interés de los mass media por nosotros y eso me parece un signo evidente de la pérdida de valores de nuestra sociedad. Allá ellos.

venerdì, luglio 21, 2006

Mónica había explotado (3)

¡Ah, los guantes blancos de novia de Mónica!, pensé. ¡Qué suaves y delicados al lado de los de Mickey Mouse!, me mentí a mí mismo, porque en realidad los guantes de Mónica eran bastante bastos. Cuando nos casamos éramos espantosamente pobres y tanto su vestido, guantes incluidos, como mi traje lo compramos en el añorado Sepu, establecimiento que se distinguía por su honradez, profesionalidad y asequibles precios, pero no por su buen gusto.
Como ya dije, Mónica y yo nos conocíamos desde la infancia. Cuando superé la etapa en que todos los niños acuden al diccionario para comprobar morbosamente el significado de palabras como “teta” o “pene” y, los más osados, que no es mi caso, de “coño” y “polla”, me di cuenta de que estaba perdidamente enamorado de Mónica. Me acuerdo del día en que le declaré mi amor, no debíamos tener más de doce años. Lo hice con todo mi ardor, con palabras aprendidas de una película de José Luis López Vázquez. Hasta imité el tonó que ese gran actor utilizaba para relacionarse con las turistas suecas, un tono que ahora me parece espeluznantemente cretino:

-Mónica, te quiero, te amo, te deseo. Te amaré siempre -le dije-.
-Ji ji -dijo Mónica.
-Haré por ti cualquier cosa -añadí.
-Cántame una canción de Roberta Flack que no sea “Killing me softly with this song” -respondió ella.

Por mucho que lo intenté no pude, por supuesto, cumplir su petición. Nadie lo hubiera podido hacer, claro. Ni siquiera ahora en nuestros días, ni aun recurriendo al Google. Años más tarde llegué a conocer a Roberta Flack en persona y le conté esta anécdota, pero esa es otra historia. Lo importante es que ese día Mónica rechazó mi amor. En fin. Pasaron los años y seguimos siendo íntimos amigos y conocí a todos sus novios adolescentes, hasta que con el tiempo mi perseverancia derribó los muros de su resistencia y nos convertimos en novios, amantes y, posteriormente, marido y mujer.
Y a eso iba, a nuestra boda. En realidad no recuerdo gran cosa de ese día hasta el momento en que mossèn Sugranyes dijo ante el altar:

-Puedes besar a la novia.

Esas fueron sus últimas palabras antes de derrumbarse con estrépito, llevándose consigo el micrófono y el enorme atrio de madera, lo que aumentó hasta el ridículo el tremendo ruido de la catástrofe. En esos segundos posteriores, por mi cabeza pasaron un montón de cosas. Al ver a mossèn Sugranyès inmóvil en el suelo, por un momento pensé en besar a Mónica obedeciendo su última orden. Pero me detuvo la cara de pasmarote de ella y recuerdo que pensé que nunca antes, en nuestros largos años de noviazgo, le había visto esa expresión tan pánfila y que quizá si la hubiera visto no habríamos llegado a ese punto en que contemplábamos el cuerpo de mossèn Sugranyes a nuestros pies. Me di la vuelta buscando con la mirada a mi hermano Venancio, mi padrino, siempre dispuesto a ayudarme en mis dudas con la informática, la declaración de Hacienda y la mecánica, pero comprendí que esa vez también Venancio estaba desbordado y sin soluciones. Pensé en gritar la célebre frase “¿hay algún médico en la sala?” y me acordé del médico de la familia, el anciano doctor Mansilla Caravaca, pero por el nerviosismo del momento no pude precisar en mi mente si el doctor estaba invitado a la boda o si ya había fallecido. Paseé mi vista por la iglesia y pude ver que todos los invitados estaban como paralizados y fascinados ante la imagen de mossèn Sugranyes tumbado en el suelo ante nosotros. Entonces se acercó el padre de Mónica y se arrodilló ante el sacerdote, examinando su cuerpo con manos que me parecieron expertas. Pero recordé que su padre era fontanero y no médico y me temí que tras una breve exploración se levantara y diagnosticara: “Ha sido la cal del agua”. Al final fue el abogado Botubot quien tomó las riendas del caso y dispuso que trasladaran el cuerpo exánime del mossèn a la sacristía y a nosotros al restaurante “Los Caracoles” para, al menos, tomar las fotos de rigor y aprovechar el banquete, ya pagado. Pero para entonces en mi mente había brotado la certeza de que el futuro de nuestro matrimonio era negro.

giovedì, luglio 20, 2006

Mónica había explotado (2)

-Te veo preocupado -me dijo Venancio- ¿En qué piensas? ¿En Mónica? Es comprensible, fue un duro golpe. Pero lo superarás.
-Emmm... Oh, sí claro -dije yo.

Mónica, claro, por Dios. Me había olvidado de ella. Yo en realidad estaba pensando en Mickey Mouse. En esos Mickey Mouse gigantescos de Disneylandia que siempre están sonriendo. Estaba pensando yo si, cuando te haces una foto con ellos, el hombre que está dentro del disfraz de Mickey también sonríe. En esto estaba pensando yo, y no en Mónica, que había explotado hacía unos días, dejándome un misterio y pedazos de su páncreas en mis manos.

-¿Has estado alguna vez en Disneylandia? -le pregunté sin pensar a Venancio.
-No -dijo él- ¿Piensas en hacer un viaje? Te iría bien. Para olvidar la desgracia, digo.
-No estaría mal -mentí yo.

Así fue como me vi embarcado en un absurdo viaje a París con Venancio, mi hermano. No me apetecía para nada, hubiera preferido quedarme en casa, pero Venancio creyó interpretar mis deseos íntimos y, sin preguntar nada, al día siguiente se presentó sonriente con los billetes de avión y dos reservas para Disneyland París. Ahora estoy en el hotel, ya es de noche y Venancio y yo hemos pasado el día fotografiándonos con Mickey Mouse, el Pato Donald, Pluto y varios tipos más qué no sé quiénes son. Personajes del Disney moderno, supongo; si Mónica y yo hubiéramos tenido niños, sin duda les habría llevado al cine y ahora sabría quiénes son esos tipos que se han fotografiado con Venancio y conmigo.
Mientras el fotógrafo hacía su trabajo, he mirado a los enormes ojos de Mickey Mouse y le he preguntado en mi pésimo francés:

-¿Está usted sonriendo?

No creo que Mickey Mouse me haya entendido. Me ha mirado con su enorme cabezota, con su sonrisa impasible. No ha dicho nada, con su mano enguantada me ha dado un pequeño coscorrón. Los ratones reales no llevan guantes, he pensado, pero Mickey Mouse sí, Mickey lleva guantes blancos. He recordado ahora que Mónica también llevaba guantes blancos el día de nuestra boda.

venerdì, luglio 14, 2006

Mónica había explotado

“Monica had exploded and I had a mystery
and pieces of her pancreas on my hands”

Mónica había explotado, y yo tenía un misterio y pedazos de su páncreas en mis manos. Por unos minutos me rasgué las vestiduras, fui presa del pánico y grité compulsivamente: “¡Vamos a morir todos!”, como en las películas de catástrofes. Al final, sin embargo, recuperé la compostura, sobre todo porque estaba solo. Solo y con los restos del páncreas de Mónica en la manos, claro, que ya empezaban a molestarme bastante por su viscosidad, jamás sospechada en aquella muchacha tan guapa. Tomé dos decisiones: lavarme las manos y llamar a la madre de Mónica para informarle del inesperado desenlace de nuestro matrimonio. Con los nervios me equivoqué e hice primero lo segundo, es decir, llamé a la madre de Mónica antes de lavarme las manos, con lo que dejé el teléfono hecho unos zorros, si es que los zorros llevan encima restos del páncreas de mi mujer, ex mujer ya. La madre de Mónica no estaba en ese momento, por lo que dejé un mensaje en el contestador:

-Hola, buenas, soy yo. A ver, bueno, no es que pase nada, pero bueno, es que Mónica ha explotado. Llámeme cuando pueda. Gracias.

Luego me lavé las manos y el teléfono y me dispuse a afrontar el extraño misterio que se presentaba ante mí. ¿Por qué había explotado Mónica? Lo último que sabía de ella es que, tras ver el capítulo de la telenovela, me había dicho:

-Voy a hacerme las uñas.
-Mññss -dije yo, amodorrado en el sofá.

Mónica se fue al baño y, al cabo de unos minutos, me llamó:

-¿Puedes venir un momento?

Busqué las pantuflas y cansinamente me dirigí al baño. Nada más abrir la puerta, Mónica explotó sin previo aviso y los restos de su páncreas se estrellaron contra mis manos, que yo me había llevado instintivamente a la cara para protegerme. Lo típico cuando a uno le explota la mujer. “Coño”, dije entonces yo, y luego sucedió lo que ya les he contado.
Reflexioné unos momentos. ¿Qué sabía yo de Mónica?, pensé. Bueno, pues lo sabía todo. Nos conocíamos desde pequeños y llevábamos doce años casados. Nunca hasta esa tarde había detectado en ella indicios de una explosión inminente, ni ella me había insinuado que una tarde pensara explotar. Era una mujer sencilla y amable, un ama de casa convencional, y aunque los restos de su páncreas me habían parecido asquerosamente viscosos, no podía relacionarla de ningún modo con cualquier trama terrorista o con el bello arte pirotécnico. Mónica no solía manejar explosivos en el baño, de ello estaba seguro, y así convino conmigo su madre cuando volvió del bingo y se dignó a llamarme. La madre de Mónica me dio el pésame, derramó unas comprensibles lágrimas, me reclamó un bolso de Mónica que según ella era suyo y quedamos para vernos en el entierro.

-No te olvides del bolso -me recordó antes de colgar.

Tras descartar las hipotéticas veleidades de Mónica con los explosivos, se abría ante mí una nueva línea de investigación, que señalaba claramente a la intervención externa. ¿Pero de quién? Mónica no tenía enemigos, que yo supiera, y su muerte para nada podía cambiar las estrategias geopolíticas de las grandes potencias. Ni de las grandes ni de las pequeñas. En esas reflexiones estaba yo cuando llegó la asistenta, que se puso de morros al ver el desastre que tenía yo en el baño.

-Esto me llevará dos horas, señorito -dijo la mujer recogiendo con la punta de los dedos una piltrafa sangrienta que reconocí sin lugar a dudas como el duodeno de Mónica.

La asistenta me pidio un aumento puesto que, según ella, los solteros ensucian mucho más que los casados y a partir de ese momento, como señaló la mujer, yo me había convertido en soltero.

-De acuerdo -le dije- Ya intentaré casarme otra vez.
-Nunca encontrará una esposa como Mónica -dijo ella.
-Oiga, no me haga ahora como la señora Danvers de “Rebeca” -protesté.

Refunfuñando, la asistenta empezó a rociar de K-7 los restos de mi esposa.

-Y dese prisa, que tengo que ir -ordené, señalando al excusado, en el que un ojo de Mónica, creo que el derecho, se balanceaba peligrosamente sobre la cisterna.

Me tumbé en el sofá. Necesitaba estar cómodo. Apoyé mi cabeza sobre el cojín azul, aquél que Mónica me tenía prohibido asegurando que “éste es el mío” y que yo siempre había encontrado tan gustoso. Encendí maquinalmente la televisión. Iba a empezar el Italia-Australia del Mundial. Si Mónica aún viviera, pensé, ahora estaríamos viendo “Tomate”. Recordé que una vez Franco (compréndanme, aún me hallaba en estado de shock) dijo: “No hay mal que por bien no venga”. Lo dijo al morir Carrero Blanco a causa de una explosión, como Mónica. En cualquier caso, seguía el misterio, pensé, claro está. Pero... ¿qué sería de nosotros si todos los misterios quedaran aclarados?
La asistenta me despertó. El baño ya estaba limpio, me dijo. Italia y Australia todavía empataban a cero y el cojín azul de Mónica ya iba tomando la forma de mi cabeza.

giovedì, luglio 13, 2006

It was a dark and stormy night

Quizá recordaréis (o quizá no) que Snoopy siempre inicia sus novelas con la frase “Era una noche oscura y tormentosa” (“It was a dark and stormy night”). Muy famosa en inglés como paradigma de la mala literatura, es la frase inicial de la novela Paul Clifford, escrita en 1830 por Edward George Bulwer-Lytton. Desde hace años, la Universidad de San José organiza el Concurso Bulwer-Lytton para premiar a los peores inicios de novelas imaginarias. Hace pocos días se concedió el premio anual, que recayó en el señor Jim Guigli por esta tremenda primera frase:

“El detective Bart Lasiter se encontraba en su oficina analizando la luz que entraba por una ventana, cayendo sobre su superburrito, cuando se abrió la puerta y apareció una mujer cuyo cuerpo decía “te has comido tu último burrito por ahora”, cuyo rostro decía “los ángeles sí existen”, y cuyos ojos decían que ella podía hacerte cavar tu propia tumba y lamer la pala hasta dejarla limpia”.

Sin embargo, en opinión del señor Adam Cadre los trabajos presentados al Bulwer-Lytton suelen ser demasiado extensos y farragosos. Así que, en el año 2000, Cadre creó el Concurso Lytton-Lytton, que sólo acepta originales de una extensión máxima de 25 palabras. Entre los premiados por el Lytton-Lytton desde entonces se encuentran maravillas como éstas:

“Monica had exploded, and I had a mystery, and pieces of her pancreas, on my hands”
(“Mónica había explotado, y yo tenía un misterio y pedazos de su páncreas en mis manos”)

“Dr. Metzger turned to greet his new patient, blithely unaware he would soon become a member of a secret brotherhood as old as urology itself”
(“El Dr. Metzger se dio la vuelta para recibir a su nuevo paciente, totalmente ignorante de que pronto se convertiría en miembro de una secreta hermandad tan antigua como la urología misma”)

Si deseáis consultar las frases vencedoras de años anteriores (o participar en la próxima edición), aquí tenéis los links de ambos concursos:

Concurso Bulwer-Lytton:
http://www.bulwer-lytton.com/

Concurso Lytton-Lytton:
http://adamcadre.ac/lyttle.html

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giovedì, luglio 06, 2006

Odiada playa (2)

Sigo con la playa y los recuerdos y nostalgias inventadas. Y es que esta mañana, por casualidad, leí esto de Ernesto Sabato, al que me parece que tampoco le gustaba la playa:

“Vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí, frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la esperanza”
(Ernesto Sabato, El túnel)

La Nueva y yo volvimos ayer a la playa. En un momento dado dije una tontería, una broma sin más importancia que la hizo reír. Me gustó mucho verla así, con el pelo mojado, el agua cayéndole por la cara y su risa alegre. Y con esa imagen de ayer estoy construyendo hoy un recuerdo minucioso para el futuro que algún día me traerá la melancolía por ir a la playa y la esperanza de que al fin me guste hacerlo.

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lunedì, luglio 03, 2006

Cómo ir a la odiada playa

A la Nueva le encanta ir la playa. Yo la odio (a la playa), pero para satisfacerla (a la Nueva), hago como Enrique Vila-Matas e invento recuerdos. Recuerdos inventados de mi infancia; recuerdos felices de un niño que jugaba en la playa con la arena y el agua y todo eso. Y de Vila-Matas paso a Julian Barnes y con los recuerdos inventados de mi infancia en la playa, invento una nostalgia:

“Pareces estar inventando una nostalgia que no sientes de verdad para ceder luego a ella”
(Julian Barnes, Cross Channel)

Y así hago. Cedo pronto a la nostalgia inventada de mi infancia inventada en la playa y le digo a la Nueva:

-Me apetece mucho ir a la playa. Como cuando era niño.

La Nueva sonríe feliz y prepara los bártulos. Todo es literatura: la playa, los bártulos, mis recuerdos y mis nostalgias inventadas. Pero la Nueva y yo no, nosotros somos bastante tangibles.

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