domenica, ottobre 29, 2006

Geordie



He aquí al gran Fabrizio de André interpretando "Geordie", una de mis canciones favoritas, en la que habla de un Jordi al que colgaron de una cuerda de oro, lo cual es un privilegio raro.

PD: Gracias a mi hermanita Jenny por su apoyo informático.

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venerdì, ottobre 27, 2006

Calle de Sibelius

Más cerca aún de donde vivo que la Casa Budesca (que el corrector ortográfico de mi Windows insiste neciamente en transformar en “Casa Tudesca”) se encuentra la calle de Sibelius, dedicada por supuesto al célebre compositor finés Jean Sibelius, cuyas sinfonías y poemas sinfónicos reflejan un concepto romántico de la música con tendencia nacionalista, como todos sabríais de haber consultado como yo una enciclopedia.
El caso es que, a los pocos días de trasladarme yo a este barrio, tuve que preguntar a un vecino dónde se hallaba un establecimiento comercial cuyo nombre y ocupación no vienen ahora al caso. El vecino, ya fallecido (pero no a causa de esta anécdota), me respondió amablemente:

-Això ho trobaràs al carrer de Sibelius.

Con cara de sorpresa, le di las gracias y volví a casa a reflexionar si el vecino me estaba tomando el pelo (cosa que suele ocurrirme) o si, realmente, en el Clot existía una calle que se llamara Decibelios, quizá dedicada, pensé, al exceso de los ruidos urbanos. Sólo al cabo de unos días me encontré por casualidad con la verdadera calle de Sibelius, que es una pequeña travesía muy silenciosa y para nada decibélica.

lunedì, ottobre 23, 2006

Amigo Rodrigo

Tuve un sueño la otra noche: a la Nueva y a mí nos visitaba Rodrigo, un viejo amigo de mi juventud, y pasábamos una divertida velada en casa, comiendo pizza, bebiendo vino -lo trajo Rodrigo, y en el sueño hasta me contó por qué compró ese vino y no otro- hablando, oyendo canciones de Fabrizio de André y recordando viejas anécdotas. Se nos hacía bastante tarde y al final Rodrigo se iba tras largos abrazos y despedidas. La Nueva y yo nos acostábamos y nos dormíamos dentro del mismo sueño. Al cabo de un rato nos despertaban unos violentos golpes a la puerta. Tras el lógico desconcierto -y todo esto dentro del sueño, y los golpes a la puerta seguían- yo me levantaba y observaba por la mirilla. Era Rodrigo, que daba puñetazos y patadas fuera de sí. Yo abría la puerta, claro, o quizá no tan claro, y eso parecía calmar a mi amigo. Rodrigo tenía los ojos inyectados en sangre y una expresión de furia. “¿Qué te ocurre?”, le decía yo, y sólo en ese momento me fijaba en el martillo que llevaba él en su mano derecha, con el que ya iba a golpearme y sólo me daba unas décimas de segundo para preguntarme a mí mismo qué le había ocurrido a Rodrigo para sufrir ese cambio tan radical, qué le había ocurrido al Rodrigo simpático y cariñoso que acaba de cenar con nosotros para convertirse en ese Rodrigo brutal y despiadado que me golpeaba en la cabeza con su martillo y que me hacía despertar de mi sueño, sudando y alterado como pocas veces en mi vida.
Ya bien despierto, me levanté, fumé un cigarrillo y reflexioné. “Qué sueño tan raro”, pensé. Y como si yo supiera algo sobre la interpretación de los sueños, llegué a esta conclusión, seguramente precipitada: “La cena con Rodrigo, tan amena y placentera, representa mi estado de ánimo actual, feliz, relajado, sin problemas. Y la conversión radical de Rodrigo en ese asesino brutal es el miedo que tengo a que ese estado de ánimo se rompa en cualquier momento de forma inesperado y sin sentido”.
A la mañana siguiente se lo conté a la Nueva, le conté el sueño y mis reflexiones sobre él.

-Lo más curioso del caso -añadí- es que el Rodrigo del sueño era muy real, sus anécdotas eran muy elaboradas y veraces. Recuerdo perfectamente su rostro, durante la cena y después, cuando ya era mi asesino.
-¿Y qué tiene eso de curioso? -preguntó la Nueva.
-Que yo no conozco a nadie que se llame Rodrigo.

venerdì, ottobre 20, 2006

Descubrió que ya era un viejo

“Descubrió que ya era un viejo el día que empezó a simular interés por cosas que, en el fondo, le aburrían mucho”

(Juan Marsé: El embrujo de Shanghai)

Recordé mis tiempos escolares y pensé que por aquel entonces yo ya debía ser viejo. Y que al salir de la escuela rejuvenecí.

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mercoledì, ottobre 18, 2006

La Casa Budesca

En la calle del Clot, muy cerca de casa, hay un pequeño edificio de dos plantas cuyos bajos están ocupados actualmente por un espeluznante bazar chino. El edificio está rematado por el frontispicio o como se llame que podéis ver en la foto, a través del cual el antiguo propietario del lugar, el señor J.Budesca, se anunciaba a su clientela. En él, dos ranas se protegen de la lluvia, o del sol, bajo un enorme paraguas. La Nueva mantiene que el señor Budesca (un apellido que me fascina desde que descubrí el edificio) se dedicaba a la fabricación o la venta de paraguas; estoy bastante de acuerdo. Y me imagino a los habitantes del Clot acudiendo desde generaciones a Casa Budesca a proveerse de paraguas y, en los días de lluvia, les veo luciéndose ante los forasteros: “Es un Budesca”, dicen en mis sueños mostrando orgullosos su paraguas.
Imagino también el terrible final de Casa Budesca, mucho antes del desembarco del bazar chino. Un pavoroso incendio, a buen seguro, habría destruido el negocio ante la impotencia de los bomberos. Cuando el fuego se apagó por sí mismo, el jefe de los bomberos declaró ante un grupo de reporteros con sombrero y lápiz: “Los miles de paraguas acumulados en el local favorecieron la propagación de las llamas”. Miles de paraguas en llamas. Qué placer.
Sí, sueño todo eso, pero en mi más secreto interior me deleito pensando que quizá la Nueva y yo nos equivocamos. Quizá el señor Budesca no vendía paraguas; quizá vendía ranas. Y casi oigo viejos anuncios de radio: “Ranas Budesca, ranas del Clot”.
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lunedì, ottobre 16, 2006

Concierto

La Nueva y yo fuimos el sábado a ver y oír el concierto de Depop, el mejor grupo de música pop de la actualidad y al que sólo la necedad y estupidez de la industria discográfica impiden vender discos como rosquillas. Pero yo no he creado un blog para hablar de mis amigos, sino de mí, que me parece mucho más interesante: diré, para empezar, que yo no sé silbar. Intento hacerlo, y sale de mi boca un ridículo bufido prácticamente inaudible. La Nueva, en cambio, emite unos silbidos tremebundos y estrepitosos. A veces, en casa, ella está en la cocina y yo en la sala de armas, por ejemplo, y entre una y otra habitación hay muchos metros y tabiques de distancia. Entonces, para llamarme, la Nueva lanza unos de sus silbidos huracanados y sólo así la oigo perfectamente. La oigo yo, y varios rebaños de ganado vacuno que responden a la llamada y se concentran ante casa procedentes de lejanas comarcas antre el desespero de sus pastores.
Pero sigamos, ahora que estamos bien situados en el contexto. Durante el concierto de Depop pasé rápidamente a la euforia tras mi simple satisfacción por sus primeras canciones, y para expresar esa euforia me di cuenta muy pronto de que aplaudir era insuficiente. Así que, en un momento dado, le dije a la Nueva:

-Silba por mí, por favor.

La Nueva silbó, reflejando lo contento que yo estaba. Tuve que pedirle que silbara varias veces, sobre todo a la hora de reclamar bises. El concierto terminó y mientras volvíamos a casa, tarareando esa canción de Depop que tanto nos gusta a ella y a mí y de la que nunca recordamos el título -ni la letra, por supuesto, que está en inglés-, a mí me dio por pensar qué ocurriría si careciera de manos. Me imaginé en un concierto de Depop, o de cualquiera, bailando discretamente con mis brazos sin manos y diciéndole a la Nueva:

-Esa canción no me gusta. Aplaude, pero sólo en plan cortesía.

Y luego:

-Esa ha estado muy bien. Aplaude con entusiasmo, y silba una vez.

Y más tarde:

-Aplaude con euforia y las manos sobre la cabeza. Y silba varias veces.

Y, claro, le pediría que encendiera un mechero en las canciones-himno y que fuera a buscarme una cerveza con pajita.

mercoledì, ottobre 11, 2006

Pañeu, pañeu

En mi escuela había un gran patio de recreo y cuentan los más viejos del lugar -los maestros- que allí hubo antiguamente un bello árbol.

-Aquí había un árbol precioso, un árbol enorme -decían, entornando los ojos, señalando al centro del patio.

Menuda estupidez, pensaba yo. Por fortuna, el árbol murió o fue arrancado, lo que nos permitía jugar a fútbol, que para eso están los patios de las escuelas. Con un árbol en el centro, uno mejora su dribbling, que nunca fue lo mío, o tiene que limitarse a jugar a indios y vaqueros. Sólo cuando no había balón jugábamos a eso, a dispararnos unos a otros, apuntando con el dedo índice como si fuera una pistola y gritando, tan fuerte como fuera posible:

-¡Paññeeuuuu!

Pañeu -siempre me pareció absurdo- significaba un disparo. Pañeu pañeu, dos disparos. Etcétera. Con cuarenta alumnos por clase, es decir, treinta vaqueros y diez indios -los condiscípulos menos populares- a veces se organizaba una auténtica balacera de pañeus y uno no sabía si le habían disparado o no. Si no te percatabas de que te habían dado, tu asesino te avisaba:

-Eh, que te he matado.

Entonces uno pedía perdón y se moría. Yo nunca supe morirme demasiado bien, pero algunos compañeros eran verdaderos especialistas en eso, cayendo acrobáticamente al suelo y gritando: “¡Aaaah!”. Como no era cuestión de pasarse muerto todo el recreo, había un sistema para salvar la vida del amigo al que habían disparado: te acercabas a él y, con un estudiado movimiento de la mano en su corazón, algo así como si le desenroscaras la bala que se había introducido en su pecho, podías resucitarle. El muerto se levantaba inmediatamente y podía empezar a disparar otra vez, y cuidado con que el pañeu del resucitado no te diera a ti.
También era importante tener un nombre lo suficientemente comercial. Entre los vaqueros abundaban los Ringos: Joe Ringo, Ringo Joe, Bobby Ringo, etcétera. Mucha imaginación no había, no. Y entre los indios, lo mismo: Toro Sentado, Toro Salvaje, Toro Rojo. El tonto de la clase, que en la mía se llamaba Cepeda, iba siempre con los indios por imposición popular. Cepeda, que además de tonto era bastante raro, nos dijo un día que su nombre indio era Elefante Rojo. No hubo manera de hacerle entender que en el Oeste no había elefantes. “Yo soy Elefante Rojo”, insistió Cepeda hasta que le dejamos por inútil. Desde entonces, dirigir los primeros pañeus del recreo al Elefante Rojo fue una obligación ineludible para todos, vaqueros e indios unidos. Cepeda quedaba muerto y acribillado en los primeros segundos del recreo y, pese a que él imploraba desde el suelo que alguien le resucitara con la fórmula mágica, todos le ignoraban. Si el viejo árbol aún hubiera estado allí, no habríamos dudado en colgar a Cepeda.

lunedì, ottobre 09, 2006

Amanecida nuclear

Esta mañana, mientras en el vacío los operarios del ayuntamiento iban poniendo las calles, me he levantado maquinalmente al son del despertador y he empezado a prepararle el desayuno a la Nueva, una de mis más bellas costumbres. Como cada día, he puesto las noticias y, bajo mi modorra y el estruendo del microondas, he oído que la presentadora de TV3 afirmaba entre otros titulares del día:

-Corea del Nord ha anunciat que ha fet a Mèxic la seva primera prova nuclear.

Al principio no le he dado la más mínima importancia pero luego, mientras untaba las tostadas de mantequilla, he reflexionado: ¿Corea del Norte ha anunciado que ha hecho en México su primera prueba nuclear? ¿¿En México?? ¿Los coreanos han hecho explotar en México una bomba nuclear? ¿Con permiso de los mexicanos? ¿O sin él? ¿Y cuál es la reacción de los estadounidenses?
Lo cierto es que me he alarmado bastante y mientras preparaba el café han ido pasando por mi mente todo tipo de futuros desastres. He imaginado las horripilantes represalias que Bush prepara para los norcoreanos e incluso para los mexicanos por permitir esas pruebas, misiles coreanos que ya despegan de Ciudad Juárez con destino a Houston y Dallas, los marines desembarcando en Cancún ante el pasmo de los bañistas, la ONU llamando inútilmente a la calma, la alianza méxico-norcoreana amenazando al mundo libre, Hugo Chaves y Evo Morales preparando su arsenal nuclear con ayuda de los asiáticos y los aztecas, etcétera. Y en esas que la Nueva ha salido de la ducha, yo no he sabido cómo contarle que nuestro mundo feliz se va a pique y, como si no ocurriera nada, nos hemos sentado ante la tele para desayunar y ver las noticias como si la de hoy fuera una mañana cualquiera.
Tras informar ampliamente del partido de fútbol de ayer entre Catalunya y Euskadi -ante mi silenciosa indignación, pues un encuentro de fútbol amistoso debería carecer de la más mínima importancia ante el apocalípsis nuclear que se avecina-, el Telenotícies ha recuperado la información que anunciaba en su apertura. Con voz grave, la presentadora ha afirmado:

-Corea del Nord ha anunciat que ha fet amb èxit la seva primera prova nuclear.
-¡Aaaaah! ¡Con éxito! ¡Menos mal! Uf -he dicho yo con alivio.

La Nueva me ha mirado con sorpresa.

-¿Te alegras de que los norcoreanos hagan pruebas nucleares? -me ha preguntado.
-Si no es en México, sí -le he dicho, atacando con hambre las tostadas.

giovedì, ottobre 05, 2006

Apariciones

Hace unos años, en el aeropuerto de Heathrow en Londres, vi en la cola de embarque a Patricia Highsmith. Observé levemente emocionado a la célebre escritora de la que, lo admito, nada había leído aún. A mi retorno a Barcelona unos días después le expliqué esta trivial anécdota a un amigo de cultura algo más sólida y exigente que la mía.

–Vi a Patricia Highsmith en Londres –le dije.
–Patricia Highsmith lleva años muerta –repuso.

Supe así que, en algunos días señalados, en Heathrow se aparecen los fantasmas de escritoras famosas. En otra ocasión, en el Passeig de Gràcia barcelonés, vi al celebérrimo John Gielgud, ese veterano actor shakesperiano que casi siempre interpretaba el papel de mayordomo en todo tipo de películas.
No, no os adelantéis a la anécdota: no es que Gielgud estuviera ya muerto. No, qué va. Cuando le vi aún vivía. Lo curioso del caso es que, al día siguiente, los periódicos publicaron la noticia de su muerte, a miles de kilómetros de Barcelona, tras una larga y penosa enfermedad que le había mantenido postrado en cama desde hacía meses. También de este caso extraje mi conclusión: los viejos actores shakesperianos pasean por el Passeig de Gràcia poco antes de morir.
Alguien con más conocimientos y menos indolente que yo debería investigar este tipo de fenómenos asombrosos que conectan nuestro mundo real con el más allá y que, si uno va con los ojos bien abiertos, como yo, se repiten con bastante frecuencia.

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martedì, ottobre 03, 2006

Gritos de dolor

Leído en un viejo ejemplar del diario SPORT de abril de 1994 que cayó casualmente en mis manos el otro día mientras ponía orden en la Sala de Armas de mi casa:

“Dantesco resultó lo vivido ayer en La Satàlia. El partido y el resultado quedó eclipsado por lo acontecido a los veinte minutos de juego de la primera parte. El terreno de juego se encontraba muy resbaladizo por el agua caída, el árbitro se había negado a suspender el encuentro; en ese fatídico minuto Juanmi llega franco a un balón, encara la meta contraria y ya dentro del área la impetuosa salida del meta Rivera y la entrada por detrás de un defensa provocan una de las lesionas más graves y aparatosas que hemos visto en un terreno de juego. Juanmi quedó con la rodilla fuera de lugar y colgándole. El colegiado, nefasto y anticasero en todo momento, hace amago de sacarle tarjeta amarilla por simular penalty, mientras todos los jugadores locales y visitantes corren hacia el lugar de la lesión donde Juanmi lanza gritos de dolor. El trencilla se percata entonces de lo que sucede y detiene el encuentro. A los veinticinco minutos llegó la ambulancia, que patinando sobre el campo a punto estuvo de atropellar al lesionado y a un compañero, y que rápidamente se llevó a Juanmi hacia una clínica”.

Puedo imaginar las desgracias que le ocurrieron a Juanmi en el trayecto en ambulancia hasta el hospital.

lunedì, ottobre 02, 2006

La cuenta

Una de esas noches en que tuve que comer solo en la amplia sala de Can Sepias, disfrutando de sus excelentes platos combinados, pedí la cuenta mientras degustaba el café. Para hacerlo hice el internacional gesto de similar que se estampa una firma en el aire. El camarero me vio, asintió con la cabeza y cuando le vi acercarse al cabo de unos pocos minutos preparé la cartera para abonar el importe. Para mi sorpresa, el camarero no me trajo la cuenta sino un bolígrafo.
¿Qué había ocurrido? ¿El camarero había interpretado que yo pedía un bolígrafo? ¿Era un camarero inexperto que desconocía el gesto de pedir la cuenta simulando una firma en el aire? ¿Mis gestos habían sido tan precisos que, en lugar de pedir la cuenta, había dado a entender claramente que necesitaba un bolígrafo? Mi monstruosa timidez me obligó a aceptar la situación y simulé sonrojado que, efectivamente, lo que necesitaba imperiosamente era un bolígrafo y sacando mi agenda apunté un par de notas que carecían de la menor importancia. Al cabo de un momento, sin embargo, volvió el camarero y casi me arrancó el bolígrafo de la mano y depositó la cuenta en mi mesa.

–Perdón, me confundí –se excusó, antes de entregar el bolígrafo, en una mesa cercana, a un individuo que, tras unos minutos de duda y sorpresa, sacó sonrojado su agenda y apuntó un par de notas que sin duda carecían de la menor importancia.