giovedì, dicembre 28, 2006

La mujer pálida de Barcelona (3)


En diciembre del 2005, hace ahora un año, publiqué dos posts preguntándome acerca de quién era “la mujer pálida de Barcelona” que cita Flaubert en Madame Bovary. Dice Flaubert, describiendo a su heroína:

“Por su humor variable, tan pronto místico como jovial, parlanchina, taciturna, exaltada, indiferente, iba despertando en él mil deseos, evocando instintos o recuerdos. Era la enamorada de todas las novelas, la heroína de todos los dramas, la vaga ella de todos los libros de poesía. Léon veía sobre sus hombros el color ambarino de la Odalisca en el baño; tenía el largo corpiño de las castellanas feudales; parecía también la Mujer pálida de Barcelona”.

Esa misteriosa barcelonesa me intrigaba desde hace tiempo y, pese a mis repetidas búsquedas, no había hallado nunca respuesta. Sin embargo, internet crece día a día y, al final, alguien publicó en un wikisitio la respuesta (sin saber, por supuesto, que yo había hecho la pregunta). La mujer pálida de Barcelona es, como yo suponía, un cuadro. Lo pintó Gustave Courbet hacia 1855 (dos años antes de que Flaubert acabara su novela), y es también conocido como Retrato de una española. Es este que podéis ver aquí. Yo, la verdad, nunca había imaginado a Madame Bovary con este aspecto tan barcelonés.
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mercoledì, dicembre 27, 2006

Nuevas tradiciones

La Nueva y yo llevamos ya más de un año inventándonos tradiciones. Estas han sido nuestras segundas Navidades juntos y, por tanto, las tradiciones navideñas que inventamos en el 2005 han cumplido ya dos años. Es muy tradicional entre nosotros, por ejemplo, que la Nueva afirme, a principios de diciembre, que comprará adornos navideños y montará un enorme belén en el balcón. La ancestral tradición de dos años se completa con el incumplimiento de ese anuncio: la Nueva se olvida cada año de su promesa y yo, que soy muy respetuoso con las tradiciones y poco amante de los belenes, no se la recuerdo. A primeras horas del día de Navidad, la Nueva y yo, aún en pijama, salimos al balcón, observamos su desnudez (plantas moribundas aparte) y sé que entonces ella se promete interiormente que a principios del próximo diciembre volverá a anunciar que comprará adornos navideños y que montará un belén, y también sé que ella sabe que se olvidará de su promesa. Qué bonita tradición.
Otra de nuestras más queridas tradiciones es la de dedicar la noche del día de Navidad a confeccionar los canelones del día de Sant Esteve. Para los no catalanes explicaré que, en tiempos de los primeros cristianos, el pollo (o el pavo) sobrante del día de Navidad se trinchaba para fabricar canelones, que se comían en familia al día siguiente (Lucas 22, 7-12). Esa tradición se olvidó con el paso del tiempo, pero no fue así en Catalunya, pues el catalán suele ser muy cristiano, ahorrativo y muy amante de los canelones. La Nueva y yo llevamos ya dos años fabricando canelones con pollos y pavos sobrantes del día de Navidad. Lo que hace tan nuestra esa tradición catalana es que nosotros transformarmos la clásica bechamel de los canelones en un personalísimo engrudo. El engrudo que la Nueva y yo fabricamos es inigualable y a nuestros familiares se les hace la boca agua cuando, el día de Sant Esteve (el día 26), nos ven llegar con los canelones al engrudo. Este año he incorporado yo otra nueva tradición: mientras la Nueva prepara el engrudo tradicional, yo relleno los canelones escondiendo en cada uno de ellos un pequeño hueso de pollo. El día de Sant Esteve la Nueva y yo nos divertimos contando cuántos huesecillos son descubiertos y cuántos acaban en los estómagos o en las encías de los comensales. En el año inaugural de esta tradición hemos contado cuatro encías y once estómagos. Los otros 44 huesecillos fueron descubiertos a tiempo con singular destreza por nuestros familiares.
Si habéis estado atentos, habréis contando 59 huesecillos y, por tanto, 59 canelones y sin duda sabéis que los paquetes de pasta de canelones (El Pavo, por supuesto) incluyen 20 unidades. El cálculo rápido os permite deducir que lo lógico es que la Nueva y yo fabricamos 60 canelones. ¿Dónde está el que falta? Lo ignoramos: la Nueva y yo perdimos un canelón, no sabemos en qué momento del proceso de fabricación. Ella jura y perjura que no se comió ninguno, y yo la creo. Yo tampoco me lo comí: odio los canelones y a eso se debe mi perversa tradición creada este año de esconder huesecillos en su interior.
La búsqueda del canelón perdido, que hemos decidido que se prolongue hasta su descubrimiento o, en su defecto, hasta el día 29, día de San Tomás Becket, es la última de las tradiciones creadas por la Nueva y por mí. Esta mañana he inspeccionado con todo detalle la cocina y puedo asegurar que allí no se esconde el canelón misterioso.

venerdì, dicembre 22, 2006

La vieja loca

En 1822, Theodore Géricault pintó este cuadro, conocido como La vieja loca, que actualmente se puede contemplar en la National Gallery de Londres. La vieja loca es una muestra del talento y del oficio de Géricault pero, sobre todo, es una prueba, una más, de la existencia del mal en nuestro universo y de la presencia oculta, pero tangible, de un mundo diabólico que intenta dominarnos y esclavizarnos sin darnos cuenta. Existen, entre nosotros, seres inmortales que trabajan incansables al servicio de este poder diabólico. Generación tras generación, estos seres malignos mudan brevemente su aspecto y prosiguen con su labor de destrucción y maldad.
El cuadro de Géricault, decía, es una prueba de la existencia de estos seres inmortales dedicados al cultivo del mal. Y es que sólo un ciego sería incapaz de no reconocer en el rostro de la vieja loca de Géricault los inconfundibles rasgos físicos de Juan Antonio Samaranch, uno de esos seres bajo los cuales se esconde el Maligno para confundir y corromper a la humanidad.
Las biografías del ex presidente del Comité Olímpico Internacional afirman que éste nació en Barcelona en 1920. El dato, evidentemente, es falso, como demuestra el cuadro de Géricault. El ente que habita en las entrañas de Samaranch nació mucho antes, en el principio de los tiempos y siempre al servicio del Maligno. Sólo en 1920 adoptó la apariencia física del barcelonés. Antes, sin duda, había tenido otras muchas identidades, una de las cuales, y ahora lo sabemos casualmente por el cuadro de Géricault, fue la de una vieja loca en 1822.
Ignoramos por qué ese servidor del diablo escogió precisamente el cuerpo de una anciana demente ni, posterioremente, el de Samaranch. Los caminos del Diablo, como los del Señor, son inescrutables.

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venerdì, dicembre 15, 2006

Amigo Nico

No estoy muy seguro de si ya conté en este mismo blog la historia que sigue a continuación. En realidad, dado que acostumbro a inventarme los detalles de mis anécdotas reales, si no la anécdota entera, eso no tiene mucha importancia. El caso es que esta mañana llueve, y la lluvia suele traerme recuerdos del pasado. La lluvia de hoy me ha traído recuerdos de Nico, un hombre al que nunca llegué a conocer pero sí a la mayoría de sus amigos y familiares.
Todo empezó cuando, hace unos cuatro años, me rendí finalmente a la evidencia histórica y compré mi primer teléfono móvil. Tras unas semanas de normalidad, empezaron a sucederse las llamadas de desconocidos preguntando por un tal Nico. Como afortunadamente yo no me llamo Nico, mi respuesta era obvia: “No, lo siento, se equivoca de número”. Fueron tantas y tan frecuentes las llamadas pidiendo por Nico que llegué a la conclusión evidente: Nico también se había comprado un móvil y, en un gesto de estupidez supina, había comunicado de forma errónea a sus allegados mi propio número. Eso, o que los amigos de Nico compartían de manera increíble la misma estupidez y todos había apuntado mal el número que Nico les había proporcionado correctamente. Desde luego me parecía mucho más probable la primera posibilidad, la de que Nico fuera estúpido, puesto que todos podemos tener amigos estúpidos, pero no tantos como Nico parecía tener.
Al principio la cosa me hizo gracia, pues a uno le gusta que le llamen, aunque sea preguntando por otro. Luego, al cabo de unas semanas, empecé a desesperarme y buena parte de esa desesperación nació de la creciente envidia que sentía por Nico, que recibía en mi móvil muchísimas más llamadas de las que recibía yo mismo. Nico tiene muchos más amigos que yo, pensaba con tristeza viendo caer las lluvias de entonces. De la envidia pasé a la inquina y, en los peores momentos, cuando me preguntaban por Nico anunciaba solemnemente su muerte:

-Lo siento. Nico ha fallecido esta madrugada. El páncreas. El entierro es mañana a las doce.

Y colgaba. Pero en el fondo yo soy una buena persona, si no excelente, y esa conducta mía me provocaba unos tremendos remordimientos. Así que decídí no responder más a las llamadas de los conocidos de Nico. Empecé a almacenar en la memoria de mi móvil los números de quienes llamaban preguntando por él, para no tener que responder al teléfono. “Amigo Nico 1”, “Amigo Nico 2”, “Amigo Nico 3”, etc. Llegué a tener una docena de números de conocidos de Nico en la memoria de mi móvil, compartiendo espacio con los números de mis propios conocidos, un centenar de personas, amigos y familiares que, contrariamente a los amigos y familiares de Nico, apenas se molestaban en llamarme.
Con el nuevo sistema la cosa mejoró. De vez en cuando llamaba un nuevo amigo de Nico del que aún no disponía su número, pero ya casi no tuve que responder más llamadas erróneas. Sonaba mi móvil, miraba yo quién era y, con flema británica, me decía a mí mismo:

-Mira. El Amigo Nico 5 otra vez.

Y dejaba sonar el móvil sin responder. La situación se prolongó durante unos días, hasta que, una tarde, me llamó alarmado mi amigo Budesca al teléfono fijo:

-¡Dios mío, estás bien! -dijo Budesca al responder yo a la llamada.
-¿Por qué no iba a estarlo? -dije yo.
-Te llamé al móvil y un tal Nico me dijo que habías muerto. Por el páncreas.

lunedì, dicembre 11, 2006

La Guía Bradshaw


Yo no sé si estas cosas le suceden a todo el mundo y sólo yo me doy cuenta de ellas porque tengo una excelente memoria. Quiero decir que es posible que le haya ocurrido a usted también, pero que no haya reparado en ello. Me refiero otra vez a eso de las supuestas casualidades. Y pienso en la Guía de Ferrocarriles Bradshaw que, como su nombre indica, es una popular (en Inglaterra) guía de horarios de ferrocarriles editada por la compañía Bradshaw. Yo no sabía nada de la Bradshaw hasta que, hace unos años, y en un periodo de apenas dos semanas, empezó a perseguirme obsesivamente.
Todo empezó con un libro de aforismos de Oscar Wilde, en la que elogiaba la calidad de dicha guía: “No hay ninguna obra literaria moderna que se precie y que haya sido escrita por un autor inglés en su propio idioma, a excepción, por supuesta, del Bradshaw”. A los pocos días leí El hombre que era Jueves, de Chesterton, donde, para mi asombro, un personaje afirma: “Quédese con su Byron, que conmemora las derrotas de los hombres; deme un horario de trenes Bradshaw, que conmemora sus victorias”. Qué casualidad, pensé sin darle mucha importancia.
Mi siguiente libro fue uno de Agatha Christie, autora que suelo frecuentar cuando tengo ganas de leer pero no de pensar. Se trataba de Assassinats per ordre alfabètic. Un sudor frío empezó a apoderarse de mí al ir adentrándome en el libro, pues pronto queda claro que Hercules Poirot se enfrenta a un asesino que comete sus crímenes con la ayuda de una guía de ferrocarriles. Al final del cuarto capítulo, para mi desesperación, Poirot pronuncia lo inevitable: “¿Era una guía Bradshaw o una guía por orden alfabético?”.
Ya me daba miedo volver a coger otro libro. Pensé que en uno de Julian Barnes llamado El loro de Flaubert estaría a salvo de la Guía de Trenes Bradshaw. Pero... ay. Debí abandonarlo al llegar a ese capítulo que Barnes dedica a comentar la relación de Flaubert con los trenes cuando viaja a Inglaterra. El 3 de junio de 1865, según Barnes, Flaubert escribió en su diario: “He comprado una guía de ferrocarriles”. No dice cuál, pero no hace falta, por supuesto.
Ahora ya no leo. Sólo la Guía de Trenes Bradshaw, una y otra vez.

PD: El dibujo es de El Roto, publicado en esa época en la que me perseguía la Guía Bradshaw.

PD: Casi ocho años después de haber escrito este post -hoy es 16 de octubre de 2014- un lector anónimo me descubre amablemente que en 'La Vuelta al Mundo en Ochenta Días' de Julio Verne también aparece la Guía de Trenes Bradshaw. En efecto: "...Mister Fogg, después de haber consultado su Bradshaw, le pregunté con calma si sabía cuándo saldría un buque de Hong Kong para Yokohama". 
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venerdì, dicembre 01, 2006

Hábitos alimenticios

Sostiene la Nueva que nuestros hábitos alimenticios, los míos y los suyos, están equivocados. Dice ella, levantando un puño al aire como Scarlett O´Hara en Lo que el viento se llevó, que apenas comemos fruta y verduras y que ingerimos en exceso alimentos insanos, grasas saturadas y productos industriales y cosas de esos. Yo la escucho impasible mientras devoro los restos de la fabada asturiana de bote y observo el postre que me he preparado, un cruasán relleno de mantequilla y nocilla, y recuerdo con deleite los Tigretones y Bonis de mi infancia. Cuando la Nueva termina su discurso, me como en tres bocados mi grasiento cruasán y le digo:

-Límpiate la cara que te han quedado restos de Nocilla y vístete, que vamos a salir.
-¿A dónde vamos? -dice ella, relamiéndose con aspecto culpable.
-Ya lo verás -digo yo, mientras engullo un café doble.

Así que salimos y busco al azar alguna de las muchas escuelas del barrio, situadas todas de forma estratégica para que, cuando se produce cualquier catástrofe, los periódicos puedan decir: “El desastre podría haber tenido consecuencias mucho más graves de haberse producido en hora punta, pues a pocos metros del lugar del suceso se encuentra una escuela”.
Así que hallamos sin problemas una escuela y, dado que es hora punta, una multitud de párvulos y adolescentes ocupan alegremente las aceras colindantes fumando y comiendo chucherías. La Nueva y yo paseamos entre ellos y le digo yo:

-¿Lo ves? Son muchachos y muchachas de entre cinco y dieciséis años, y casi todos ellos nos pasan un palmo. Se les ve sanos y felices, altos y guapos. Bueno, todos menos aquel de ahí, que parece tan raro y ridículo. Debe ser hijo de Cepeda.
-¿Quién es Cepeda? -pregunta ella.
-Un condiscípulo mío. Hablé de él en este mismo blog -explico yo- Pero no cambiemos de tema. Observas, querida Nueva, a todos esos niños y niñas, y compruebas su saludable aspecto.
-¿Y? -de ella.
-Pues eso demuestra que es la alimentación a base de productos industriales, grasas saturadas y alimentos que tú llamas insanos la que ha creado estos atléticos adonis y atractivas amazonas.
-Pero las verduras y los alimentos naturales... -empieza la Nueva.
-¡Paparruchas! -exclamo yo- Retrocede mentalmente y piensa en la alimentación por la que se regía la humanidad antes de la invención de los productos industriales y las grasas saturadas.
-¿Qué ocurría? -pregunta ella con interés.
-Las gentes se alimentaban de sanos productos que cultivaban con esmero en coquetos huertecitos. Tomates lechugas, judías, cebollas, patatas... toda esa clase de cosas.
-Claro -dice ella.
-A consecuencia de eso -continúo yo- la esperanza de vida de la humanidad era espantosamente bajo. La gente comía un par de lechugas y un tomate, se decían unos a otros: “¡Qué sano hemos comido hoy!”, salían a la calle y fallecían en cualquier momento y en cualquier sitio sin haber cumplido, como mucho, los cuarenta años. Y no se quejaban, no, los cuarenta años era ya una edad provecta.

Veo que la Nueva empieza a dudar y prosigo:

-Morían espantosamente jóvenes, rellenos de tomates y lechugas, sanísimos productos según tú. Sólo tras la Revolución Industrial, que en sus fases últimas nos trajo el regalo de los alimentos industriales y las grasas saturadas, la esperanza de vida de la humanidad se elevó hasta los límites que hoy en día conocemos. Y no sólo la esperanza de vida: como te he demostrado en esta hora punta, el aspecto de nuestra juventud es cada vez más saludable y atlético.
-¿Y la epidemia de obesos en Estados Unidos? -insiste aún ella, pero ya dudando.
-¡El exceso, querida! -digo yo triunfante- Hay que comer bien, pero sin excesos. No más de dos o tres cruasanes al día, por ejemplo.

La Nueva me mira agradecida y vamos a tomarnos un Monster Umbrella, un grasiento helado típico del Clot.