domenica, gennaio 28, 2007

Cascotes

Pepe Gotera y Otilio ya se han ido. La Nueva y yo estamos pasando un agradable fin de semana retirando los cascotes que dejaron a su paso, para que mañana, lunes, cuando llegue el Doctor Bacterio dispuesto a instalarnos el parquet, tenga sitio para esparcir sus propios cascotes. Y cuando vete a saber cuándo se vaya el Doctor Bacterio, la Nueva y yo volveremos a limpiar para que cuando llegue el tipo que se parecerá sin duda a una mezcla de Antoni Tàpies y Tortell Poltrona a pintarnos el piso, tenga sitio para sus cascotes. Estamos aprendiendo mucho del arte de la paciencia y del mundo de los cascotes. Y ahora me desconecto otra vez para retirar los minúsculos cascotes que Otilio introdujo hábilmente en el disco duro.

giovedì, gennaio 18, 2007

Infierno

En los últimos días mi vida se ha convertido en un espantoso infierno. Todo empezó el pasado día 8 con una gripe que nos dejó a mí y a la Nueva casi sin fuerzas ni ánimos pese al abuso indiscriminado de frenadoles y bisolvones (y de primperanes: compré dos por error creyendo que servían para la gripe. Luego no pude devolverlos y en el armario de medicamentos adquiridos por error ya no cabían). Cuando contra todo pronóstico superamos la gripe, llegaron los electricistas, que no por error pero sí irresponsablemente contraté hace unas semanas para remozar el obsoleto sistema eléctrico de casa. Desde su llegada añoro la gripe, a la que recuerdo con ternura y lágrimas en los ojos.
Mis electricistas se llaman Juanito y Juan y, sin mucha lógica, el del diminutivo es el jefe y quien empuña el black & decker. El Juan a secas, en cambio, es una especie de becario que ignora cualquier cosa que se relacione con la electricidad; a su lado parezco Thomas Edison. El primer día, Juanito y Juan se me antojaron una versión grotescamente caricaturizada de Pepe Gotera y Otilio; tras varios días, siento por ellos la misma confianza que sentiría por el doctor Mengele si yo fuera su paciente. Juanito dedica buena parte del día a la apertura de agujeros asimétricos en lo que la Nueva y yo, hasta ahora, llamábamos ingenuamente tabiques. Mientras, Juan se fuma mis ducados y me habla de filosofía, a la que es muy aficionado. Juan defiende con ardor una nueva visión del pensamiento de Kant y exige, a veces a gritos, que se haga una relectura sin prejuicios de sus obras. Yo le digo que a mí qué me cuenta, que yo sólo soy el tipo que se arrepiente de haberle contratado para que me haga la instalación eléctrica y que, además, a mí Kant nunca me llamó la atención, que a mí el filósofo que me hacía gracia era Epicuro y que viéndole a él, fumando de esa manera mis ducados en lugar de trabajar, que es para lo que le pago, pienso que no será él un nieto bastardo de Epicuro. Juan ataja estas discusiones con un “bufff”, rebusca en mi biblioteca algún ejemplar viejo de “Interviú” y se encierra en el lavabo largas horas.
Juanito, a su vez, habrá terminado de agujerear innecesariamente alguna pared maestra y, aprovechando que acaba de llegar la Nueva, recogerá los restos del espejo que ha roto por la mañana y, como quien no quiere la cosa, preguntará inocentemente:

-Señora, ¿esto dónde se lo pongo?

Cuando dentro de unos días se vayan Juanito y Juan está previsto que lleguen otros individuos, sin duda satánicos, para instalar un parquet en lo que quede de piso. Y tras ellos vendrá a pintar el cuarto jinete del Apocalipsis. Esta es mi última anotación en este blog. Sé que no voy a sobrevivir. Espero que me recuerden siempre como un tipo simple que nunca entendió nada.

lunedì, gennaio 08, 2007

Los Diablos



De pequeño me enloquecían "Los Diablos". Aún ahora lo hacen, en realidad. Siempre he pensado que su célebre hit "Un rayo de sol" sería una canción genial si suprimieran el estribillo del sha-la-lala-lalá. Lo demás me parece monstruosamente bueno. ¡Diablos! A mí no se me puede entender sin "Los Diablos".

"Y quiero ser parte tuya
dentro de ti siempre estar;
ser quien construya
tu alegría y felicidad"

Alguien capaz de incluir la palabra "construir" en un poema es un genio.

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venerdì, gennaio 05, 2007

Pesadilla después de Navidad

Como cada día, a las siete, el eminente doctor Baldiri Furrallats se dispuso a despedirse de su secretaria. Si no le tocaba quirófano, el doctor solía pasarse por la tertulia que se celebraba diariamente en el Bar Lupus. Pero el doctor Furrallats no tenía buena memoria y no solía usar agenda: cada tarde debía reflexionar un rato para recordar si le tocaba quirófano o no. Al final, siempre llegaba a la misma conclusión: dado que su especialidad era la psicología, su presencia en el quirófano sólo era necesaria en condición de paciente o en el caso de que los cirujanos enloquecieran inesperadamente. Su salud era excelente, por lo que descartó con alegría la primera opción. Y si los cirujanos enloquecen, ya me llamarán al busca, pensó Furrallats.

-Me voy a la tertulia del Lupus. Hasta mañana -le dijo por tanto a su secretaria.
-Que vaya bien -dijo ella- No beba mucho. Ah, y mañana es sábado. No venga. Yo no lo haré.
-De acuerdo.

A la tertulia del Bar Lupus acudían médicos de toda Barcelona, en especial psicólogos y desmemoriados, con lo que el doctor Furrallats se encontraba en su ambiente. Furrallats, al que sus contertulianos llamaban Furri, no se sabe muy bien por qué, quizá porque en sus años de servicio militar desempeñó el cargo de cabo furriel, solía tomar un cynar con sifón. Ocupaba siempre el mismo sitio, debajo del retrato ecuestre de Sigmund Freud que presidía la sala principal del Lupus. A su vera se apretujaban jóvenes psicólogos y desmemoriados, y no tan jóvenes, que escuchaban embelesados las explicaciones y anécdotas que la práctica de la psicología proporcionaba diariamente al eminente especialista.
Ese día, tras escuchar amablemente la narración que uno de sus colegas hizo de lo difícil que le había resultado esa mañana encontrar su propia consulta, problema que sólo pudo solventar consultando las Páginas Amarillas, Furrallats se dispuso a tomar la palabra. Apuró su vaso de cynar con sifón y levantó una mano para tomar la palabra, como hacían los próceres de antaño en situaciones similares.

-Hoy -dijo- me he inventado un síndrome.
-¿Qué quieres decir, Furri? -le interrumpió uno de los contertulios.
-Que esta mañana -prosiguió el doctor- ha atendido en mi consulta a un individuo enloquecido. Como siempre, vaya, a mi consulta sólo vienen individuos enloquecidos. Nunca nada de páncreas ni de sinusitis, siempre individuos enloquecidos.
-Sí, es lo que tiene la práctica de la psicología -lamentó otro contertuliano.
-Peor lo tenemos los psiquiatras -dijo un joven desmemoriado, olvidando que en realidad no era psiquiatra, sino urólogo.
-Eso sí -dijo otro.
-En fin, prosiga, Furri, prosiga -atajó un tercero.
-¿El qué? -dijo Furrallats, desconcertado.
-Nos contaba que esta mañana inventó un síndrome.
-¡Ah, sí! Me olvidaba -exclamó Furrallats- Pues al individuo enloquecido en cuestión le he diagnosticado el síndrome de Ben-Hur. Por la película, ¿saben? De cuando a la hermana de Ben-Hur se le cae una teja de su casa y mata al romano. Me he inventado que las ansiedades que sufre el individuo enloquecido se deben a su miedo a que se le caigan objetos al vacío.
-¡Genial! ¡Bravo! -aplaudieron los contertulianos, mientras Furrallats reía complacido.

Furrallats invitó a todos a una ronda de vodkas -olvidando que su bebida favorita era el cynar con sifón-, y luego otra de gin-tonics y más tarde otra de whiskies. Esa noche, un numeroso grupo de psicólogos ebrios fueron atropellados por un conductor enloquecido y ansioso a la salida del Bar Lupus.

Soy muy consciente de las sandeces que acabo de escribir. Es que sufro un severo ataque de ansiedad, esta mañana he tenido que descolgar un Papa Noel trepador del balcón de mi casa y, pese a mis precauciones, el muñeco ha terminado por caer al vacío y ha golpeado en la cabeza a un niño. Por fortuna, el niño ya estaba muerto antes de recibir el impacto. Su madre, una loca muy popular en el barrio, arrastra diariamente su cadáver desde hace años. Es la mujer que originó aquel célebre chiste:

-¡Señora, señora, que lleva arrastrando al niño!
-Ya lo sé, es que está muerto.

giovedì, gennaio 04, 2007

Ansiedad

Lucía el sol levemente, atemperando el frío de la época; recuerdo perfectamente esos detalles, como si fuera hoy mismo. No es que me impresionaran en exceso esos signos meteorológicos ni que yo tenga una gran memoria; es que ocurrió ayer mismo, así que cualquiera. Acababa de salir del psicólogo que, tras una larga serie de visitas, me había informado de que yo padezco un síndrome. Y no uno cualquiera, sino un síndrome la mar de raro, que afecta a uno entre diez millones. Me sentía como un paciente del doctor House. No era lupus, pero casi.
Quizá para contar correctamente esta historia debería remontarme a unos meses atrás, cuando acudí por primera vez al especialista en medicina general para consultarle unos pequeños problemas que me aquejaban desde hacía tiempo. Sufría pequeños ataques de ansiedad y me habían aparecido unas extrañas manchas en las manos, muy parecidas a las ronchas producidas por las ortigas. Dado que la última vez que tuve contacto con ortigas fue en mi infancia, cuando solía caerme tontamente sobre ellas, descarté ese origen. Me automediqué la ansiedad con ingentes cantidades de tila y té frío, y las ronchas con Primperán y Pinobotulín Conflex, pero no obtuve resultado alguno, así que acabé acudiendo al médico. Este me sometió a diversas analíticas y me envió a varios especialistas, pero ante la falta de un diagnóstico preciso, y al desaparecer las ronchas un buen día, decidió que lo mejor era que me tratara la ansiedad un psicólogo.
No recuerdo si el día en que me dirigía por primera vez al psicólogo hacía un leve sol, ni si hacía frío o calor. Sí me acuerdo de que, mientras esperaba el autobús, me distraía leyendo el volante que me habían dado en la Seguridad Social: Doctor Baldiri Furralllats, Psicólogo, leí. Pensé yo que, con ese nombre, lo más lógico es que hubieran escrito Eminente Doctor Baldiri Furrallats, pero no, Doctor a secas. Tampoco el aspecto del doctor Baldiri Furrallats se correspondía a su impresionante nombre. Era -y aún es- un hombre pequeño y más bien insignificante, de una evidente timidez que complicó nuestra relación, pues yo también soy muy tímido e insignificante. Mi timidez me conduce a comportarme a veces de forma agresiva, como la primera vez que hablamos. El doctor Furrallats leyó el informe del médico que me había enviado allí y, al terminar, me miró y me dijo:

-A ver, Jordi.
-Dime, Baldiri -dije yo. Debido a mi agresiva timidez pensé que, si él me llamaba Jordi y no paciente... ¿por qué tenía yo que llamarle doctor y no por su nombre de pila? Mi agresividad complicó nuestra relación, pero al final, tras una veintena de sesiones, las cosas entre nosotros fueron mejorando y eso permitió a Baldiri, quiero decir, al doctor Furrallats, precisar un diagnóstico que explicara mis crisis de ansiedad.

Con la ayuda del doctor Furrallats reflexioné en largas sesiones sobre esas crisis: cuándo, con qué frecuencia, periodicidad e intensidad y dónde se producían. No me había yo dado cuenta, pero entre los dos llegamos a la conclusión de que mis crisis aparecían, básicamente, cuando me encontraba yo en sitios como escaleras, ventanas de pisos altos o balcones.

-¿Miedo al vacío? -pregunté yo al explicarme el doctor Furrallats sus conclusiones.
-No -dijo él.
-¿Entonces?
-A usted -dijo Furrallats- lo que le produce ansiedad es que se le caigan objetos al vacío.

Sonreí condescendiente. Vaya, otro doctor House, pensé. Pero Furrallats continuó, explicándome detalles de mi vida cotidiana que yo mismo le había contado sin darles importancia en nuestras largas conversaciones.

-Me dijo usted -empezó Furrallats- que se ha repartido con su mujer las tareas domésticas. Por ejemplo, usted lava los platos y ella hace la colada, porque usted no quiere hacerla para no tener luego que tenderla. Usted asegura que es muy torpe con las manos, y que a veces ha tenido que tender la ropa y se le han caído prendas al patio de luces. Más detalles: usted nunca riega las plantas que tienen en el balcón, porque nunca acierta en las macetas y acaba tirando agua a la calle. Y las ventanas exteriores de su casa las limpia su mujer, porque usted aduce que padece vértigo. Me contó también que, por Navidad, su mujer compró uno de esos horrendos Papá Noeles trepadores y que, pese a su insistencia, usted se negó a colgarlo del balcón, lo que provocó una discusión entre ambos. Al final lo colgó usted, y luego padeció un fuerte ataque de ansiedad que equivocadamente relacionó con la discusión. Usted padece un síndrome, amigo.
-¿Un síndrome?
-Sí. El síndrome de Ben-Hur -anunció triunfalmente el doctor Furrallats-
-¿Eh? -dije yo- ¿De Ben-Hur?
-Sí, por la película, de cuando a la hermana de Ben-Hur se le cae la teja de su casa y mata al romano.
-Coño.
-Sí. Es un síndrome rarísimo. El miedo a que se le caigan a uno los objetos al vacío. Eso le provoca sus ataques de ansiedad. Sólo afecta a una persona entre diez millones. Nunca a ciegos ni asiáticos, por cierto.

El síndrome de Ben-Hur no tiene cura, me explicó el doctor Furrallats. Volví a casa dando un paseo, disfrutando del leve sol de enero. Le expliqué a mi mujer el diagnóstico del psicólogo.

-Yo estoy enfermo. El año que viene, el Papa Noel trepador lo cuelga tu tía -le dije.
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mercoledì, gennaio 03, 2007

Reflexionemos

Considero que es importante empezar bien el nuevo año de este blog. Así que no se me ocurre nada mejor que informar de estas citas incluidas en el Diccionario del crimen de Olivier Cyriax:

“Según el South Wales Echo, el 5 de junio de 1990 Troy Brewer, repartidor de pizzas, fue atracado en una cabina telefónica de Balch Springs. El ladrón lo amenazó con una tortuga (“No te muevas o te muerde”) y se llevó 50 dólares. En 1991, el californiano Kao Jae Safan le hizo un corte en el ojo a su mujer con una ardilla congelada”.

Reflexionemos juntos sobre el miedo a las tortugas. Y por qué alguien puede guardar en su casa una ardilla congelada.