sabato, agosto 01, 2009

Calor

Asfixiado por el calor africano que estos días asola la ciudad contemplé mi cuerpo semidesnudo indolentemente abandonado sobre el parquet de casa. Las gotas de sudor resbalaban una tras otras y mis ojos mortecinos observaban sin expresión el inhumano caos que, como cada mañana, Umbrello había desatado en el comedor. El muchachito danzaba cual enloquecido indígena sobre los restos de lo que algún día fueron caros juguetes y daba vueltas a mi alrededor profiriendo gritos incomprensibles y sonrisas maléficas. Me acordé de Conrad, de su inolvidable señor Kurz y no pude por menos que susurrar, antes de cerrar los ojos por una última vez:

-El horror, el horror.

Pero no. Cuando desperté, Umbrello seguía ahí.