mercoledì, ottobre 31, 2012

Petrificado

Ayer hojeaba un diario de provincias –de Madrid, creo- y en un artículo que leí en diagonal di con la palabra: PETRIFICADO. Bueno, es una palabra bien vulgar, diría que casi petrificada por el uso, pero esta vez me llamó vivamente la atención, ignoro por qué. Petrificado, petrificado, dije mentalmente. Y luego repetí la palabra a media voz, lo que me llevó a recordar, por cierto, que un personaje del Ulises aseguraba que “repetir prudente y prismas cuarenta veces todas las mañanas, cura para labios gordos”.
¿Cuántas veces en mi vida habré quedado yo petrificado?, pensé después. Me acordé sin esfuerzo de dos situaciones. En la primera yo era un estudiante que viajaba adormilado en el tren que me llevaba a la Facultad. En una de las estaciones, ya fuera de Barcelona, subió una señora extraordinariamente parecida a mi madre que fue a sentarse delante de mí. En realidad, si no hubiera sido por sus ropas, en nada parecidas a las que solía usar mamá, y a la indiscutible certeza de que hacía media hora me había despedido de ella en casa y que por tanto era imposible físicamente que apareciera ahora en esa estación y con ese llamativo abrigo fucsia, hubiera pensado que esa mujer no se parecía a mamá, sino que realmente era mamá. Y, además, claro está, la señora me ignoró por completo, algo que no habría hecho mi madre. Sin embargo, estuve tentado de preguntarle:

-¿Mamá?

Solo me lo impidió la angustiosa sensación de sentirme petrificado. No tan petrificado, sin embargo, como me sentí un día en que aguardaba en una pequeña sala vacía de un enorme hospital a que me llamaran para hacerme unas pruebas analíticas. Yo era apenas un niño. Me había acompañado hacia allí un camillero, que me mostró una silla y me dijo:

-Siéntate. Ahora mismito vengo.

Le obedecí, desapareció y apenas un minuto después se abrió otra puerta y apareció otro sanitario empujando una camilla en la que descansaba… un cadáver. De que se trataba un cadáver no tuve dudas, nadie amortaja con una sábana a un paciente, por muy enfermo que esté. El nuevo camillero me miró con cierto apuro y dijo:

-Uops. Espera un momento. No te preocupes. Ahora vengo.

Dejó allí su cadáver y desapareció por la misma puerta por la que había desaparecido mi camillero que, casi al instante, reapareció. Miró el cadáver, me miró a mí y dijo:

-Vaya. Qué cosas. En fin, ven conmigo.

Me costó moverme, petrificado como me encontraba.

mercoledì, ottobre 24, 2012

Listeza

"De un muchacho que principia y que promete, el mayor elogio que se puede hacer es exclamar: "¡Qué listo!". Es listeza la labia, la travesura, la habilidad: he ahí los supremos dones entre los españoles, he ahí las cualidades insignes para llegar a ser ministro".
(Azorín, Tiempos y cosas)

giovedì, ottobre 18, 2012

Urgencias

Esta mañana, al salir de casa con mis fieles escuderos Umbrello y Fratello, vi que una ambulancia había aparcado delante de nuestro portal. Fratello, que es muy aficionado a celebrar con alaridos la presencia de cualquier servicio público que lleve sirenas, se mostró feliz y ruidoso con la novedad. Umbrello estaba más ocupado en alguna misteriosa reflexión intelectual y, a mí, la verdad, no me sorprendió el vehículo dado que vivimos en un barrio que al ser habitado casi por completo por niños y ancianos es muy de romperse la crisma, partirse la cadera o sufrir un ictus.

En lo que sí pensé es que debía revisar mi estigmatismo, enfermedad de la que me avisó hace un par de años un amable lector de este blog (en el post “Mudanzas”, en junio del 2010) y que, al parecer, va en aumento. Y es que vi la ambulancia y donde claramente se anunciaba “Urgencias Médicas” yo leí “Urgencias Míticas”. Intenté no pensar en eso y llevar a sus escuelas a Fratello y a Umbrello sin contratiempos, pero el mal ya estaba hecho. ¿Urgencias míticas? Sin duda, pensé, las de Héctor ante Aquiles, las de éste al recibir la flecha mortal en su talón; las de Julio César ante la poco amistosa visita de Bruto y compañía; mucho más modernas pero ya tambien míticas son las urgencias del Titanic tras su encuentro con el iceberg o las de la evacuación de Dunkerque. Las urgencias de los habitantes de la Atlántida. O de Pompeya. Las ya míticas urgencias históricas de Jorge Valdano. Las urgencias de Stanley por hallar a Livingstone. Cuántas urgencias míticas. Y qué poco mítico es correr detrás de un autobús, día tras día, pero cuánto me urge hacerlo para que Umbrello no llegue tarde a clase de psicomotricidad (II).

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mercoledì, ottobre 10, 2012

Collage

En Iges de Valnorte, la aldea de donde huyó mi abuelo, las personas son raras, muy raras o simplemente anormales. Y algunos, los menos, salen listos. Mi abuelo, que era de los raros a secas, pero también de los listos, decía que eso era cosa de la endogamia. Basta con pasearse brevemente por sus dos cementerios, el viejo y el nuevo, para sospechar que algo habrá de eso: casi todos los muertos –y los vivos que siguen malviviendo en Iges- se apellidan Porrés o Batés. Muchos son Porrés Porrés o Batés Batés, algunos son Batés Porrés y otros Porrés Batés. De vez en cuando uno se sorprende al descubrir a un García o quizá a un Martínez; sin duda llegaron a Iges por error y, por un error aún más monumental, allí se quedaron, con lo que en los cementerios de la aldea descansan también muertos llamados García Batés o Porrés Martínez. Los Porrés y los Batés, en cualquier caso, llevan siglos matándose y amándose entre ellos, sin apenas rivales, por conservar en su poder las miserias de Iges.
Mi abuelo, un Porrés Porrés, era, además de raro, de los listos. Fue así que nada más cumplir los 14 huyó de Iges, como quien huye de un maldición y, decidido a tener un futuro para él y para quienes pudiera engendrar en el futuro, se fue tan lejos como pudo: su talento le permitió llegar a San Juan, donde se casó con una muchacha de la ciudad y donde nació mi padre, que aún salió raro, pero normal, y donde mi padre me tuvo a mí y a mis hermanos. Alguno de ellos es raro, pero su rareza no es ya la de Iges.
Más listo que mi abuelo –y también mucho más raro, según se ha contado siempre en casa, de los muy raros- era su primo segundo Aquilino Batés. Mi abuelo, pese a su inteligencia, no pudo llegar más allá de San Juan y aquí se quedó. Aquilino Batés supo ir mucho más lejos, a América, donde llegó con cuatro chavos y donde prosperó con no sé qué negocios sin duda raros. Durante unos años se escribió con el abuelo y, después, ya muy brevemente, con papá. Sabemos que se casó con una chica de allí. Nunca volvió a Iges, ni siquiera a España, se americanizó por completo y hasta perdió feliz el acento de su maldito apellido Batés. Tuvo cuatro o cinco hijos y al parecer todo empezó a torcerse al nacer el menor, que de tan raro que era, escribió Aquilino, parecía haber nacido en Iges. Luego su mujer empezó a enfermar, algo mental, y años después Aquilino murió asesinado, no sabemos cómo. Perdimos el contacto con la familia y de los hijos solo llegamos a saber algo muchos años después. Del menor, aquel al que Aquilino bautizó con ese nombre que siempre nos pareció más propio de una marca de calzoncillos. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí. Norman, eso. Norman Bates.

giovedì, ottobre 04, 2012

Cromos

El post que sigue es absolutamente prescindible para todo aquel que odie el fútbol o que haya carecido de infancia, circunstancias que, en mi modesta opinión, son sinónimas. Diré que ha llegado a manos de Umbrello, y no gracias a mí, su primer álbum de cromos de la Liga de fútbol. Se trata, por supuesto, de un acontecimiento histórico en su vida: ¡el álbum de cromos! ¡Canastos! Nada más verlo, miles de recuerdos se agolparon en mi mente. ¡Mis viejos cromos! Sé que no me creeréis pero la antigua propietaria del piso donde vivimos nos dejó en herencia, además de una silla, la silla de la muerta de la que hablé hace unas semanas, una pequeña caja fuerte empotrada dentro de un armario. Absurdamente, ignoramos la combinación secreta que permite abrirla; más absurdamente aún, se puede abrir con una llave sin problema alguno, por mucho que al cerrarla demos vueltas y vueltas a la rosquilla de los números. El caso, no nos perdamos, es que en la caja fuerte no guardamos ni joyas ni perfumes ni inciensos: allí reposan mis colecciones de cromos de la Liga de fútbol, casi al completo, desde 1972 a 1979. Digo casi al completo porque me falta el cromo de Chuso, un jugador del Oviedo célebre en mi casa por su ausencia en mi colección pero que pasó con más pena que gloria por Primera División.
En fin. No comprendo cómo la literatura ha ignorado durante tantos años la importancia de los cromos en la infancia. En las novelas hay niños muy falsos: mucho subirse a los árboles, mucho soñar con el coño de la vecina, mucho visitar a papá en la cárcel y mucho irse al río a jugar, pero… ¿Y los cromos? Yo pasé buena parte de mi vida infantil mirando, jugando, ordenando mis cromos de fútbol. Soñando con ellos. En tiempos en que el fútbol televisivo era casi un acontecimiento histórico-nacional, los partidos se jugaban dentro de esas maravillosas cartulinas. ¿Era Babiloni, ese medio del Castellón, un tuercebotas? Ni idea, pero para mí, luciendo ese nombre, no podía tratarse más que de un fino estilista. Y sin duda la Real Sociedad contaba con una defensa de lujo; no podía ser otra, con unos zagueros apellidados Gaztelu y Gorriti. Del mismo modo, el Racing de Santander y el Murcia no eran equipos serios, no mientras en sus plantillas militaran Geñupi y Chinchurreta. Bueno, en fin. No sé si Umbrello podrá imaginarse tantas cosas como hice yo, porque Messi, por ejemplo, no es solo un pedacito de cromo con un nombre bonito, sino una persona real (gracias a Dios) que sale y juega al fútbol en la tele cada dos por tres. El mundo del fútbol de su infancia no será tan mágico como lo fue el mío, no. Pero yo le compraré los cromos que haga falta para completar su álbum y, cuando Fratello tenga edad, quizá el año que viene, completaremos dos colecciones por temporada. A lo mejor, por algún error inexplicable, nos sale el misterioso cromo de Chuso.

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