mercoledì, ottobre 23, 2013

Ex alumnos

Llevaba como treinta años sin verle, desde los tiempos escolares, pero enseguida supe que era él: gordinflón, bajito, sonrojado, aniñado. Ahora llevaba bigote. Y ese apellido inolvidable, recordé, De la Uña. Muy pronto supe que el encuentro sería inevitable: él me había reconocido también. Me dio un abrazo que consideré excesivo, pues en realidad nunca tuvimos mucha relación. En la escuela él tenía sus amigos, supongo, y yo los míos y quizá en todo esos años apenas cruzamos tres o cuatro frases banales y, desde luego, ninguna confidencia sobre política, mujeres o mucho menos fútbol.

-¡Hombre, hombre! –exclamó De la Uña tras ese absurdo abrazo suyo.
-¡De la Uña! –dije yo.

No hubo escapatoria. De la Uña empezó a charlotear incesantemente mostrando su alegría por el encuentro, su feliz sorpresa ante mi buen estado físico general, tan similar al que lucía ya, según él, en nuestros tiempos escolares, se congratuló por su propia buena salud y de ese modo, con un par más de hábiles frases, impidió que yo pudiera despedirme rápidamente. Mi torpe táctica de comprobar el reloj no sirvió de nada y De la Uña me tomó del brazo en modo confidencia, ese modo que jamás compartimos en el pasado.

-Oye –dijo- ¿te enteraste de lo de Clares?
-¿El jugador del Barça?
-No, hombre. El Clares del colegio.
-Pues no. La verdad es que llevo años sin verle, como a ti.
-Murió hace quince días.
-Vaya. Lo siento.
-Un ictus. Fulminante.
-Qué triste –lamenté relativamente.
-Dejó viuda y seis hijos.
-Cielos -me escandalicé.
-¿Y lo de Furrallats? –dijo De la Uña.
-¿Furrallats?
-Aquel rubito.
-Ah, ya –mentí.
-Cáncer. Le cogieron tarde –anunció De la Uña- Hace un año.
-No somos nadie –dije, pensando que en el caso de Furrallats tenía yo más razón que un santo, pues ignoraba quién era Furrallats.
-¿Y García Batés? –prosiguió sin respiro De la Uña.
-¿El que su padre tenía una taller mecánico? –tanteé.
-De suministros navales -corrigió él.
-¿Muerto también? –insinué.
-Ictericia galopante con afección pulmonar – diagnosticó De la Uña- En 2010.

En fin, para qué seguir. Tres o cuatro excompañeros muertos después, De la Uña afirmó que le esperaban en la notaría para un asunto urgente. Se despidió con prisa, no sin aconsejarme que me cuidara y con un “¡nos llamamos!” bastante absurdo, pues ni yo tengo su número ni él, espero, el mío. De eso hace tres semanas. Ayer cené con Borderas, mi amigo del alma, en el bachillerato y aún ahora.

-El otro día vi a De la Uña –anuncié.
¿De la Uña? –repitió él.
-Sí, aquel tonto gordinflón. Ahora lleva bigotito –recordé.
-Imposible –dijo Borderas.
-Bigotito, te lo juro –reí cruelmente.
-De la Uña murió hace años, coño.
-¿Qué? –protesté.
-Se tiró al metro. Fui al entierro. En el 92.